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Cada uno de los viajes, cada travesía, le permitían entender cada una de sus acciones. A veces los pasos eran complejos, pero terminaban llevándole adonde él había deseado. En aquellas singladuras, desde que salía el sol hasta que volvía a salir inmisericorde, llevándole la contraria una y otra vez a Hume, hacía un repaso de todo lo acontecido. No llevaba una bitácora, pero era capaz de recordar cada una de las heridas que había provocado. De la misma manera, las voces y las palabras de cada una de las mujeres con las que había gastado su vida, ocupaban lugares estratégicos y singulares. Era capaz de recordarlas todas y a todas aunque de una manera o de otra se habían esfumado como la arena del desierto arrastrada por el viento formando hermosas e infinitas dunas. Allí se había quedado todo, con aquellos granos minúsculos escurriéndose entre sus dedos mientras sentía el calor de los cristales herir mínimamente su piel.

A lo lejos, sin embargo, se encontraba lo más cercano que había tenido jamás. Aquella mujer había clavado un arpón con tanta fuerza en sus entrañas que sentía que, aun en la distancia, la tensión del cable de acero le partía en dos. Aquel calor no era normal y sintió por vez primera desde el otro lado lo que habían sentido otras. Agarró el cable y se desgarró las palmas de las manos intentando sostener la tensión de aquella fuerza natural. Tan lejos y tan cerca, con esos ojos brillantes, los labios inflamados y mordidos por incontables jaurías de deseo. A lo lejos veía, con una nitidez asombrosa como le latía el corazón y como la carne temblaba de deseo y de entrega, como el pecho subía y bajaba eclipsando al Sol y a la Luna si fuera necesario.

Se dio cuenta de que había olvidado todo lo vivido porque nada era más brillante que aquella violencia natural que se había anclado a su pecho. Observaba sus manos, como el color de sus uñas cambiaba dependiendo de la violencia que necesitaba y como las cuerdas tensionadas de un violín, le transmitía en un instante la necesidad y el deseo. Era la primera vez que tenía un lazo físico y perfecto del que indefectiblemente era imposible escapar y se dio cuenta de que toda la sangre, saliva, flujo y lágrimas que a lo largo de su vida había poseído, tenían menos valor que una simple gota que ella le pudiese dar. Una simple gota era lo necesario para que ella se ocupase de su necesidad y por ella daría la vida, aunque eso supusiera arrastrasre de nuevo por aquel desierto ardiente por el que había vagado toda la vida.

Wednesday

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