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“Take me down
To the paradise city
Where the grass is green
And the girls are pretty
Take me home…”

En la superficie, en su mundo, sonreía frente a los campos verdes, abiertos y amplios. La brisa mecía la hierba, ondulando los infinitos caminos que tenía por delante. Y escuchaba con atención un disco que marcó una época, una canción que contenía en un puño toda la esencia que disfrutaba. Apetito para la destrucción. Miraba al horizonte entre aquellas briznas y se daba cuenta de que no era el final, así que comenzó a correr mientras una Gibson Les Paul rugía contra el viento.

En aquel campo, sentía que estaba a medio camino de todo y al final de nada, descubrió como las emociones se pueden suspender con cuerdas, como los nudos se enraizaban en el suelo que pisaba, cada vez más complejos y al mismo tiempo, lazadas ligeras, pájaros  que saltaban de uno a otro, entre el gorjeo y el trino de los gemidos y los llantos. Llantos que regaban los tallos esmeraldas que crecían bajo y junto a sus pies. Daba pasos y entregaba instantes, la vida le guiñaba el ojo con el que sometía con suavidad y enseñaba con dureza.

De vez en cuando, un viento gélido y violento volteaba la ternura del césped que pisaba y lo regaba con sangre, como los campos donde se dilucidaban batallas infinitas entre ejércitos  dispuestos a entregar su vida por una patria que lo convertía todo en infame. Sin embargo, el espesor rojo no era capaz de eclipsar el verdor de la vida con la que él lo impregnaba todo.

Alguna vez, echando un vistazo atrás, observaba el pelo rizado, muelles vivos que seguían sus pasos, cayendo sobre una espalda hermosa y perfecta. Escuchaba la carcajada juvenil tras de sí y el roce de las yemas de aquellos dedos deseados en sus hombros. Cuanto más se adentraba en aquel campo, más calor sentía por ella y la risa, aquella risa, le partía en dos y elevaba el cuerpo, atado, hasta que se volvía absolutamente líquido. Se perdía en aquellos hoyuelos sobre las nalgas, pozos de placer donde clavaba los dedos antes de embestir con todo el orgullo sus entrañas. Quedaba atrapado en la maraña de su pelo y solo los gritos, los azotes y las miradas violentas eran capaces de liberarlos a ambos.

El horizonte no es el final, le decía al oído mientras disfrutaban del verdor de aquella dominación creciente.

 

Wednesday

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