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Cuando el miedo aparecía y las dudas se acumulaban en la comisura de la boca, viajábamos al norte. Nunca el lugar estaba premeditado y siempre tenía que ver con mi estado de ánimo. Tampoco era un viaje organizado en el que preparásemos muchas cosas, tan solo lo indispensable. Yo me dejaba llevar y descubría que en aquellos viajes iba acompañada de lo que más deseaba, el silencio y él. Aquellos silencios eran agradables y alejados de ese forzoso sentir de un comienzo de conversación que no llevaba nunca a ningún lugar. Pegaba la cara al cristal notando las vibraciones que la carretera transmitía hasta mi piel y allí, me quedaba observando como el paisaje iba cambiando según avanzábamos hacia el norte. El otoño era su estación favorita y siempre que volvía de algún lugar me hablaba de los cambios de color que, como los estados de ánimo, iban y venían e incluso se mezclaban al mismo tiempo.

La carretera que se adentraba en el bosque estaba mojada por la lluvia reciente pero el sol se filtraba por la inmensa maraña de ramas llenas de hojas de infinitos tonos ocre. Entonces paró en uno de los laterales junto a una cuneta por la que el agua discurría ajena a cualquiera de mis pensamientos. Bajamos del coche y comenzamos a caminar, agarró mi mano como tantas veces hacía y me miró sonriendo para que escuchase el crujir de las hojas bajo nuestros pies. Seguimos avanzando, el frescor de la lluvia y del incipiente frío otoñal me hacía sentir absolutamente libre y por aquel camino sinuoso continuamos durante un buen rato. A la salida del camino un claro esperaba con una explosión de colores como jamás había visto. Él entonces se paró y me miró de nuevo, señaló hacia la arboleda al otro lado del claro y estuvimos unos segundos maravillosos mirando, embobados, con el tiempo detenido y el sol en lo más alto del cielo otoñal.

“Aquellos árboles son los mismos, allí hay arces y abedules. A la derecha hayas. Se mezclan en forma y colores, pero si te fijas y fíjate bien, muchos de ellos tienen colores distintos siendo el mismo árbol. A veces, como en aquel, el mismo árbol tiene hojas de tres colores diferentes. Es el mismo árbol, es la misma belleza, no es ni mejor ni peor, son lo que son y precisamente eso es lo que hace que este lugar sea tan hermoso. Mira esos colores como tus miedos, como tus dudas. Ahí están, ahí se mantienen y sólo tú eres capaz de ver en qué consisten y por qué están motivados. En unas semanas los colores dejarán paso a la desnudez y no habrá manera de identificar en cuál parte o en cuál árbol había un tono u otro. Da exactamente igual porque el árbol es el mismo. El año que viene los colores serán los mismos, quizá más ocres o amarillos, algún verde esporádico, pero ninguno estará en el mismo lugar. Tan sólo el árbol permanece, las hojas son perecederas, hermosas sí, pero con un fin muy claro. ¿Por qué dudas? ¿De qué tienes miedo? Yo también tengo miedo, me asusto, a veces me acojono. Cuando te hago daño, y sabe dios que me vuelve loco hacerlo, pierdo algo por el camino. No es mi instinto de protección, es mi manera de averiguar si el camino al que te llevo es el correcto. El miedo al error, al fallo es innato en los dos. Tú tienes tanto miedo como yo y yo sólo quiero que crucemos ese camino juntos, protegiéndonos de los errores, aceptando las equivocaciones, pero sobre todo, observando como en el horizonte y con perspectiva vemos la belleza de este bosque que tenemos entre manos. Hemos venido aquí no para que veas cuáles son tus miedos, hemos venido para que veas que yo también los tengo”.

Si el camino de ida fue un hermoso silencio, el de vuelta fue una constante carcajada y aquel mosaico de color me hizo ver que mis matices también son los suyos y eso no pudo hacerme más feliz.

Wednesday

 

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