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Detrás de un café, la única violencia que se puede introducir es la verbal. Acostumbrados a desarrollar nuestra dialéctica bajo parámetros que creemos irrevocables, nos acercamos a los demás con nuestras bravatas bien aprendidas, casi del tirón. A fuerza de repetirla nos las vamos creyendo e intentamos hacérselas creer a los demás. Es entonces cuando los liberales de neuronas barricadas en ristre, espetan sin ningún tipo de pudor y con una imprudencia cercana al chiste aquello de que las mujeres que se dejan atar y humillar por nosotros, hombres en general, malvados y recién ascendidos de los avernos de la inmundicia, están expuestas de manera deliberada a la violencia machista, a un sufrimiento que no debe ni puede permitirse. Es entonces cuando intento esclarecer entre tanta perorata de programa político en que situación quedan expuestas esas mujeres que libremente han aceptado su condición y han decidido estar con quién desean estar.

Entonces me hablan de alienación, como si mi barba tuviese mucho que parecerse a la del maestro Karl Marx. Mujeres subyugadas por los cantos de sirena y las hostias de violencia gratuita del dominante que tenga a bien hacer esas cosas claro. Así pues, en este debate que tira hacia lo feminista radical y en donde yo debo suponer que debiendo defender los derechos individuales de esas mujeres, resulta que oprimen su derecho a decidir libremente, anteponiendo claro está que han sido manipuladas previo arrebato de violencia, no vaya a ser que se despisten y vuelvan a sus quehaceres mundanos.

Y aún no he dado el primer sorbo a la taza de café que ya ha dejado de humear cuando aparecen conceptos como desviación, enfermos mentales y claro, la mala hostia que hasta hace un momento era gracieta, hace su aparición. Esta impúdica imposición de la libertad de otros para que los demás hagan lo que en su creencia es lo correcto, no hace otra cosa que tocarme los cojones. Hablar por hablar, sin conocer una minúscula parte de lo que se siente cuando alguien se entrega, de cuando alguien se entrega de manera absoluta, de cuando alguien tan solo desea conocer o experimentar, de intentar entender porqué alguien quiere deshacerse en situaciones extremas, o simplemente observar, leer, notar una marca dolorosa que perdura en la piel varios días, recordar un simple instante en que todo tu ser ha estado a expensas de otra persona en la que confías y te ha llevado a un estado inimaginable. Todo se resume en que ellas son gilipollas por dejarse pegar y nosotros somos unos putos cabrones de mierda.

A esto se reduce la ignorancia y se puede extrapolar a cualquier ámbito, conocimiento o experiencia. Ésta que es la que me toca, me toca, y me toca la polla.

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