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Nunca le había visto tan furioso y al mismo tiempo tan contenido. Esa furia expresada con la mirada, con los puños fuertemente cerrados, con aquel gesto pétreo de su rostro enfurecido. Así, era capaz de correrse. Tal era la necesidad de que de una vez por todas desplegase todo su poder sobre su piel y sus huesos, sentir que se desahogaba de aquel daño interior que le corroía desde hacía tanto tiempo. Se dio cuenta de que no solo lo quería por ella, ni siquiera sintió que aquel deseo emanase de su propia debilidad. Entendió que solo así él sería feliz, y ella también.

El grito estalló en sus oídos. ¿Crees que no deseo tener las manos empapadas en sangre? La imagen se le hizo eterna y sublime. ¿Crees que no deseo los llantos y las lágrimas del dolor derramadas en el suelo? volvió a gritar. Sabía que se frenaba porque el control de su sadismo era algo que le atormentaba a diario. Quizá, si lo hubiese hecho hace años no estaría en aquella situación, pero como bien le enseñó desde el principio, el camino hacia el dolor no puede hacerse de manera abrupta. Sin embargo con el tiempo el dolor se intensificaba y se perfeccionaba. Aquella semilla que plantó aquel día siguió siendo regada y germinó, despacio y con energía. Ahora era ella la que impulsada por aquel deseo que una vez le enseñó como algo lejano, le intentaba hacer ver que estaba preparada.

El dominante debe estar preparado siempre, le decía una y otra vez, preparado para lo imprevisto, preparado para lo supuesto y preparado para no dejar de ser lo que es. Pero entonces uno se da cuenta de que es humano y las debilidades aparecen, a veces sin ser llamadas y otras, siempre presentes, se apartan hasta que llegue una mejor ocasión para darles respuesta o freno. Se dio cuenta de que ella estaba preparada, de que le había enseñado correctamente y eso le hizo sentirse inmensamente orgulloso. En cambio, él, estaba fallando. Fallaba porque no se sentía capaz de darle lo que una vez esbozó y ella asimiló, esperó y ahora, sencillamente desea. La debilidad del dolor sin control a alguien que amas. El amor, pensó. Se maldijo por sentirlo porque eso le impedía ser lo que era, se maldijo por su torpeza.

Entonces ella, calmada como él le había enseñado, se arrodilló y apoyó su cabeza en el regazo y él relajó su postura acariciando su pelo y enredando los dedos mientras los clavaba ligeramente en su nuca. Mi señor, susurro, no temas por tu miedo a hacerme daño, sé que no lo harás, sé que soy feliz a tu lado y si tú no lo eres yo no lo seré. Aceptaré todo lo que decidas, pero sé, y es porque tú así me lo has hecho saber en cada una de tus enseñanzas, que solo estarás completo siendo lo que eres para mí, en mí. Mientras eso no sea así, ambos estaremos incompletos.

Las lágrimas, los actos y los hechos que las producen no te debilitan. El orgullo de aceptar lo que uno es y lo que ha conseguido, darse cuenta de que a tu lado está aquello que has construido mediante la entrega y el sacrificio. Todo eso sería muy diferente si uno cambiase por un sentimiento que aboca al fracaso. ¿Y si dejase de ser lo que soy? Entonces ella se iría y perderías no solo lo que eres sino lo que serás.

 

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