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El segundero se paró, imperceptible, como cuando no lo miras y no le das importancia al devenir de esos segundos cayendo, uno tras otro. Igual que la lluvia al comenzar a caer, sin arrancar apenas, sin mojar, sintiendo únicamente que algo va a suceder. Las imágenes iban y venían, golpeando, calor, frío, humedad, amargura. Todo se agolpaba en el fondo de su garganta, sin control, el que nunca había poseído, ni antes de conocerle ni cuando se adentró en sus entrañas. Lo poseyó, de la misma manera que el conquistador toma las tierras que pisa, sin más, porque podía, porque nadie ni nada podría evitarlo. Cuando le vio bajar la calle a través del cristal de aquella cafetería, parecía un día lejano, como él, inmerso en sus pensamientos y enfundado en su abrigo color berenjena, oculto por el cuello levantado. Le hubiera gustado alargar la mano y acomodarle las solapas, dejar que el aroma del paño llenase sus pulmones. Volvió al café como si nunca se hubiese ido de allí, temblando de golpe mientras le observaban sorprendidas. No sabía que había sucedido, pero algo incomprensible atravesó su corazón y lo sentía inmóvil y vacío. Cerró los ojos y el susurro de nuevo, el aliento profundo de la voz frente a sus ojos.

Esta distancia es infinita, le decía. Este deseo es la inmensidad. Apretó su muñeca y sintió el dolor punzante, de nuevo de las agujas. Esas descargas erizaban la piel y tensaban la espalda, arqueando en un suave crujido las vértebras. Cerraba los ojos con tanta fuerza que pequeñas chispas brillaban sin control ante ella y el negro de la oscuridad se tornaba en el azul del mar, en el rojo de la sangre y en el amarillo del sol ardiendo en su interior. Huele la pasión, huélela mientras yo saboreo tu yo, mi yo. Se llevó los dedos empapados a los labios y succionó. Por primera vez se dio cuenta de que no se podía mover pero no estaba atada, miró a un lado y al otro y todo se difuminó. Sus amigas hablaban tras una cortina de ensoñaciones pero no escuchaba, tan solo oía la voz hipnótica y penetrante. Has llegado hasta aquí casi sin darte cuenta, sugestionada por tu propio deseo y algo ha explotado en el mundo, lo ha transformado en algo inimaginable para ti. Deja de huir, corre, corre y date prisa porque mi voz se está perdiendo entre tanta vorágine. Corre, corre, deja de huir porque estoy aquí. El tiempo se acaba.

Abrió los ojos y miró su muñeca. El dolor era real, las marcas eran reales, y el café humeaba aún, junto a las tazas en la mesa redonda de mármol gastado y quebrado. Lo tocó, frío, real. Se tocó, ardiendo, húmeda y el miedo se apoderó de ella de una manera que jamás había sentido. Miraba a un lado y a otro intentando deshacerse de esta locura temporal inexplicable. Y le vio por la ventana, girando la cabeza y clavando los ojos en los suyos. Sintió pánico, sintió pérdida de algo que no tenía. Se levantó de golpe, tirando la silla hacia atrás en un estruendoso golpe que a ella le resultó silencioso y salió corriendo dejándolo todo tras de sí, sin parar, calle abajo, sin pensar, calle abajo, pero sabiendo que solo deseaba una cosa. Abrazó la espalda y el olor de aquel abrigo. No entendía nada, solo la necesidad ni tan siquiera deseo. La sed desapareció. Él se dio la vuelta, en una mezcla de extrañeza y sorpresa. Perdóname dijo ella entre sollozos, perdóname por ser tan estúpida, dile al tiempo que no es demasiado tarde, ¡díselo, díselo! Él abrazó su cuerpo, atrapó con sus fauces y la protegió como siempre. Sintió como ella había notado la ausencia con la rotundidad de la no vuelta atrás. Todo pasó por su cabeza, lo bueno, lo malo, en cinco minutos malditos pero necesarios.

¡Díselo por favor! volvió a suplicar. Giró la muñeca y miró su reloj. Volvamos a nuestro tiempo, quizá allí podremos arreglar todo esto y veremos las consecuencias que nos llevaremos juntos. Las cadenas que tú misma elegiste, que tú misma cerraste alrededor de los grilletes de este sentimiento no pueden romperse cuando quieras y una vez rotas quizá no puedan ser unidas. La soldadura emocional puede no ser tan fuerte. Sin embargo, para bien o para mal, hay que hacerlo. No lo intentes nena, hazlo.

El abrazo se prolongó mientras sonaban las campanas de la pequeña iglesia que tenían a su izquierda.

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Wednesday

 

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