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Para su sorpresa, la mañana transcurrió sin mucha complicación. Él parecía ausente así que eso le permitió dedicarse un poco de tiempo a ella. Había pasado el día anterior amarrada y todavía tenía el cuerpo dolorido de la postura a la que se vio obligada. Al mismo tiempo que el dolor recorría su cuerpo la sonrisa se dibujaba en su rostro. Abrió el agua caliente de la ducha y se sumergió en el vapor de agua que se pegaba a las paredes y la mampara. Dejó que el agua caliente empapase su cuerpo durante unos minutos. El frío acumulado en su piel y en sus huesos necesitaba disiparse con calma. Cuando terminó se secó con mimo y despacio. Se miró al espejo y se vio bonita y se preguntaba si era así como él la veía rezando que así fuera. Desnuda, se secó el pelo, se maquilló ligeramente la piel evitando esconder el paso del tiempo. Sabía que a él las arrugas incipientes, las ojeras y cualquier vestigio que la edad producía en su cuerpo eran un tesoro. Tan solo destacó el color de sus ojos dándole profundidad al contorno con un maquillaje negro mate. Luego se vistió con un vestido luminoso dejando a un lado la ropa interior. Pensó un instante antes que le apetecía caminar sin ella, rondando ante él y ver como reaccionaba.

Bajó las escaleras haciendo ruido con los tacones y oliendo a perfume. Se sentía hermosa, se sentía poderosa.

Cuando le vio, sintió que había hecho lo correcto. Fuera, en el frío de la mañana, estaba él con una taza de café, los vaqueros rotos y las botas sin atar. Llevaba una camisa de franela de cuadros verdes sin abotonar. El humo le impedía verle la cara y se preguntó cómo había estado tanto tiempo sin ser lo que realmente era. Se quedo unos minutos observándole, ahí de pie, con la mirada perdida, intentando averiguar a saber qué cosas. Aquello era tan intenso como cuando le hablaba al oído y le decía lo que iba a suceder, o simplemente le explicaba que debía calmarse. No quería cerrar los ojos para no tener el miedo de que al abrirlo todo fuese en realidad un sueño.

Abrió la puerta de la entrada y le abrazó por detrás. Respiró tan fuerte que casi se atraganta. El olor del café, el frío de la mañana, su perfume y los restos del puro de la noche la transportaron instantáneamente a aquel instante.

Nunca imagino que ser usada fuese algo tan gratificante. A última hora de la tarde y cuando ya dejó de sentir el dilatador y las cintas de cuero, dieron un paseo bajo la incipiente lluvia. Él le puso una especie de kimono de seda que se pegó al cuerpo y que con la lluvia se convirtió en su segunda piel. Los motivos florales moldeaban sus pechos y su cadera y ella se sentía aterida y bella a su lado. Después de un paseo corto, volvieron al porche. Él se sentó en una enorme silla de madera justo al borde del tejado, resguardándose de la lluvia. Ella, se arrodilló frente a él bajo la lluvia fría y colocó sus manos sobre las rodillas. Bajó la mirada, pero él se lo impidió. Quería que lo mirase o quizá era él que quería mirarla. Se encendió un puro, separó las piernas y atrajo la cabeza hasta una de ellas. Ella se recostó y sintió el calor de su cuerpo en la mejilla mientras el frío húmedo de la lluvia recorría su espalda hasta su culo dilatado.

Quizá fue el mejor día de su vida recordó, pero le daba la sensación de que hoy iba a ser mejor.

Wednesday

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