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Aquella codicia le había vuelto loco, pero nadie hubiese podido resistirse al embrujo de aquellas piedras preciosas. En el mismo corazón de aquella selva inocentemente salvaje perdió la cabeza. En su mente febril bailaba aquella piel dorada a la que seguía en todos sus movimientos. Poco a poco fue adentrándose cada vez más en la profundidad de la espesura, en aquel territorio extraño e inhóspitos donde nada parecía lo que era. Aquella mujer era lo que todo hombre deseaba, mirarla era perderse en un mundo inquietante y atractivo y como las sirenas de la antigüedad atraían a aquellos incautos que se dejaban llevar por aquel brillo deslumbrante.

Pero el camino para llegar hasta lo más profundo de su ser, el trayecto creado para conseguir el placer eterno era de todo menos grato. El infierno desatado en cada paso, el influjo del peso de la distancia, porque cada metro avanzado era una vida de separación. Muchos tildaron aquella historia de leyenda y uno sólo tuvo la fortaleza de mantenerse firme en el empeño de continuar hasta lo imposible. Sin brújula, sin guía, sólo la necesidad y la convicción de que aquel tesoro inmenso era suyo, continuó avanzando. Al contrario que aquellos indígenas que arrojaban el oro a las profundidades como ofrenda a sus dioses, él nadaba sin descanso sobre la superficie esmeralda con la esperanza de que aquellas manos que tanto ansiaba consiguiese rescatarlo de su infortunio y su pesar.

La búsqueda le embargaba de felicidad al mismo tiempo que la ausencia le secaba por dentro. Apretaba los dientes rechazando la idea perversa e inconsciente que a veces se instaba ante él para que abandonase, para que rindiera sus armas, clavase las rodillas y regase con lágrimas el suelo por el que ambos habían pisado en tiempos distintos. A veces esa sensación era tan repugnante que se miraba con asco en las ondas de aquel lago verde. Ese mismo desprecio era el que le conminaba a levantarse una y otra vez y proseguir por aquel camino eterno sin aparente final.

Era entonces cuando veía de nuevo su piel escrita con invocaciones y oraciones paganas, herejías de una vida no deseada, o las cadenas entre sus pechos, la boca entreabierta y el agua siempre a mano para entre jadeo y jadeo sumergirse en el fondo de aquella profundidad maravillosa. Las pisadas resonando, la brisa acariciando su pelo, cada brizna y cada suspiro eran un todo.

Ahora, de nuevo en marcha, sin tiempo que perder y con el ánimo enardecido, continuó la búsqueda por el único camino que le podría llevar a El Dorado, su todo, su vida, su amor.

Wednesday

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