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Enero siempre había sido un mes triste. Tampoco a lo largo de su vida había entendido el porqué, pero así era. Hacía poco todo aquello había cambiado. El mundo había dado un vuelco y lo que hacía poco era imposible, ahora lo podía tocar con las manos. Él tenía sus rutinas y a ella le apasionaban. Mientras tomaba café leía, absorto en pensamientos ahora que su mente había alcanzado una paz inmensa y que jamás hubiera imaginado tener. Medio desnudo y descalzo, no necesitaba más que el café templado y saber que ella estaba cerca para no sentir frío. A veces, y cada vez menos, pensaba en su vida sin ella y entonces el frío lo llenaba todo.

Ella había aprendido que el frío junto a él podía ser un paraíso y se acostumbró muy rápido a ir descalza como él y a llevar alguna de sus camisetas que se pegaban a su piel como un guante y así llevaba su olor allá donde fuera e hiciera lo que hiciese. Se sentó frente a él y vio que como siempre le había preparado el café. Él no levantaba la vista de la lectura, pero siempre le preguntaba lo mismo.

–¿Qué miras esta vez?

–Tus manos, las venas de tus manos y los dedos deslizándose por el papel.

Para ella aquello era la unión de las dos cosas que más amaba, el papel y los libros y él y sus manos. Se daba cuenta que eran las mismas manos que habían descrito una y otra vez lo más puro e íntimo que tenía. Esas manos que imaginariamente tantas veces recorrieron su cuerpo y que ahora, desde hacía tan poco, lo hacían de verdad. Y se había acostumbrado tan rápido a ello que no sabía como había pasado toda su vida sin tener aquello.

–Me gusta que no te peines cuando tomamos café – le dijo él. –Me recuerdan las lecciones de vida salvaje que nos damos cuando nos amamos. Y aunque oculten esos oasis de vida que son tus ojos, puedo vislumbrar entre el cabello el fulgor esmeralda del deseo.

–Tengo la cara hinchada cuando me levanto –se apresuró a decir ella mientras se escondía un poco más la cara.

–Sin embargo, sonríes demasiado. Quizá anoche no fui lo suficientemente cortés contigo.

–¡Oh! Siempre eres demasiado cortés, demasiado para mi gusto y excesivo para el tuyo, pero conociéndote como te conozco, seguro que ya has pensado en algo.

–Pienso en besarte, en vivir en un permanente beso, suave, esponjoso y húmedo mientras pienso en como putearte en los días de frío.

–No llevo bragas, no sé si te lo había dicho.

–Eso significa que quieres que te bese.

–Eso significa que he aprendido que no me gusta salir de la cama ni siquiera para verte tomar café cuando lo que deseo y necesito es que seas una tormenta a mi alrededor.

–También hay que salir de la cama, nena.

–Sólo cuando te gusta pasearme o cuando necesito putearte. Pero esa no es la cuestión. Cambia de lectura y léeme. Lee todo lo que has escrito en mi piel desde que nos conocemos.

Él alzó el brazo y acarició con el dorso de la mano y por encima de la camiseta su cuerpo. Luego sonrío y dio un par de vueltas a algo a la altura de los pezones. Ella cambió la sonrisa por una mueca de dolor cuando se mordía el labio. La otra mano la puso entre las piernas.

–Me llenas por completo, pero nunca me sacio. ¿Cuántas vidas crees que necesito para sentir que puedo vivir mil vidas más saciándome de ti?

–Empecemos con la primera. Ya tendremos tiempo de rellenar las arenas del tiempo con nuestros deseos.

Por la tarde, cuando el sol empezaba a esconderse, ella se despertó como siempre más tarde que él. El ruido del agua cayendo la sacó del letargo somnoliento y se sumergió en la bruma del vapor de agua caliente. Se sentó en el suelo y abrió las piernas mientras le observaba enjabonarse. Adoraba hacerlo ella, pero verle así, solitario y de nuevo en su mundo, la hacía muy feliz. Notaba que su cuerpo se encendía y susurraba cosas mientras él, sin abrir los ojos, escuchaba. Se habían dado cuenta en poco tiempo que no tenían límite, que su deseo acumulado era tan vasto que cualquier cosa, circunstancia, momento o lugar era simplemente perfecto. Ahora sus palabras hacían efecto en él, con el agua cayendo, el jabón deslizándose por la piel, mezclaron los gemidos hasta que ambos se ahogaron en su propia pasión.

Cuando él salió, ella le esperaba de rodillas, acomodada en su lugar, donde era feliz y plena. Le secó con parsimonia y él se dejó. Hablaron como siempre de cosas hermosas e intrascendentes a oídos de otros pero que a ellos les servía de punto de inflexión para su nueva vida.

Se miraron, nueva vida, pensaron ambos. En sus pechos había encerrados mil soles y la capacidad para recorrer un camino infinito hasta que se quemasen juntos. Porque en el fondo, los dos sabían que debían quemarse del todo antes de poder amarse con limpieza y que por mucho que ralentizasen aquel instante, tarde o temprano empezaría.

–Doce meses –dijo él.

–Doce meses –asintió ella mientras acariciaba la barba.

–Hagamos esta vida durante doce meses y después vivamos dejemos que el amor nos recorra por completo.

–Escribe lo que necesitas y lo que deseas. Leámoslo juntos y hagámoslo – dijo ella con los ojos llorosos.

–Improvisa, sé estúpida y salvaje. Déjame ver tus ojos verdes ardiendo de felicidad.

Los dos sonrieron, se besaron, se abrazaron y se dejaron caer al suelo. Por fin eran el uno para el otro.

Wednesday

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