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La primera bocanada fue la más dolorosa. el dolor de las punzadas en el pecho sólo era superado por la viveza del recuerdo de aquella media sonrisa que le dejó como último regalo mientras paseaba y se perdía calle abajo. Quizá esperaba que en algún momento se diese la vuelta, se parase y pensase que el error iba a ser catastrófico. No lo hizo y, como casi todo lo que hizo en su vida, se enraizó en las decisiones inmediatas para seguir hacia adelante. Se perdió entre el gentío, los rayos rojizos del sol ocultándose entre el asfalto y las luces que empezaban a encenderse. Él, atónito, continuó sentado mientras el mundo se paraba lentamente y el aire se convertía en una masa viscosa y vítrea que le mantuvo en una especie de hibernación un largo año.
Desde aquella neblina observaba las idas y venidas del sol, el fulgor nocturno de la luna y a veces, ligeras voces intentando penetrar la masa inerte en la que se había imbuido. Dejó de escuchar su corazón. Ni los latidos eran capaces de traspasar aquella coraza casi invisible así que optó por detenerse. El último latido lo paró todo y después de aquello sólo hubo oscuridad. Era como si hubiera cerrado los ojos, con las explosiones diminutas que centelleaban en la semioscuridad de un sueño inacabado. De vez en cuando un fulgor, un recuerdo que pugnaba por escaparse le hacía temblar como un niño atormentado. Pero eran instantes tan fugaces que rápidamente volvía a su nuevo ser. Con el tiempo se sintió cómodo en aquel limbo emocional, sin embargo, el recuerdo en lugar de deshacerse, de difuminarse hasta perderse en los detalles menos trascendentales, se mantenía firme, poderoso e inmutable.
Se le aparecía entonces su rostro, limpio y sonriente, los labios carnosos, los ojos esmeraldas. El pelo le hacía cosquillas en los dedos cuando lo apartaba de su cara, acompañando el oscuro tinte azulado con la piel morena de sus manos. Entonces el sonido del mar rugía tan cerca que sentía la galerna mecer su cuerpo ingrávido como si fuera un juguete en manos del kraken. Pero su voz le reconfortaba, le hablaba del mar, del salitre espumeante que rozaba sus pies y el tintineo de la cadena en su tobillo le traía de vuelta a la negrura.
Abrió lo ojos y la vio de nuevo, con esa ligera sonrisa frente a él, con la inocencia de alguien que ve a su amor por vez primera. Ella le acarició la cara, enredando los dedos pintados de rojo intenso entre su barba. —¿Qué pensabas? —le dijo.
Durante unos segundos no supo qué contestar y eso le confundió. Ella, sorprendida le volvió a hacer la pregunta. Entonces miró sus ojos brillantes como el sol filtrándose entre las hojas de los árboles y contestó antes de besarla
—Un año sin respirar es mucho tiempo.

Wednesday

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