Aunque no se escuchaba, en su cabeza el tic tac se abría paso como el goteo incesante de un grifo mal cerrado. Iba sin nada, a la desesperada y con una necesidad tan brutal que se mareaba sólo con ver la manecilla del segundero avanzar inexorablemente hacia el final. Tenía sed y la garganta le ardía. Tenía hambre y eso suavizó su boca al llenarse de saliva. Cuando se quiso dar cuenta se impregnó de su olor en el primer roce y sus bragas absorbieron todo lo que pudieron en aquellas circunstancias. Luego, la luz se enfrentó a la oscuridad de la noche y su piel ya desnuda al frío del otoño. Adoraba y se avergonzaba de igual manera que le rondase inspeccionando su cuerpo. Se sentía escudriñada por ojos expertos y anhelaba pasar la prueba. En cada pasada se deleitaba de su olor y la piel se erizaba. Sentía que no podía reprimir los jadeos y contenía la respiración cuando había tomado suficiente aire. Ahora sus tetas, con ese poder de atracción irrefrenable temblaban sin nada que lo impidiese. Podía estar horas en aquella posición, con aquellos ojos oscuros clavados en cada pliegue, recoveco, peca o lunar de su cuerpo. Cuanto más tiempo pasara así su interior se parecía más a la mantequilla que a otra cosa. Derretida por dentro y firme por fuera.

Luego llegaba la caricia o la hostia, dependía de su estado de ánimo y a ella cualquiera de las dos le parecía la mejor opción. Le agarraba de la nuca y tiraba del pelo con delicadeza para luego golpear sin avisar uno de sus pechos. Era ahí cuando el gemido por fin se escapaba de su boca y dejaba ver sus dientes. Entonces se abalanzaba sobre sus labios para contener la saliva y fundían sus lenguas en una pelea carnívora. Con un brazo apretaba las caderas desnudas que se raspaban con los vaqueros y el cinturón que aún no se había quitado. La fría hebilla le volvió a sacar otro gemido que él ahogó con un mordisco en ambos labios. Cuando separaba su cuerpo la orfandad invadía su alma deseosa de volver a sentirla brisa de su aliento. A cambio lo que recibía era la tormenta perfecta de sus manos.

Cuando ya sólo veía el techo y su barba se dejaba llevar por las sensaciones y se licuaba por dentro arqueando los pies sobre su espalda y abriéndose el culo con las manos. Intentaba morderle el lóbulo de la oreja, pero se movía tan despiadadamente que solo conseguía darle bocados al vacío que antes ocupaba él. Cuando acababa entre gruñidos, ella sonreía porque sabía que por fin había comenzado de verdad sus veinticuatro horas de sufrimiento maravilloso. Era cuando ya vaciado, el volvía a ponerse los vaqueros, se quitaba el cinturón y empezaba la pelea de pieles para averiguar cuál de ellas conseguía la victoria. Ella esperaba que hoy se decantase hacia su lado, pero si no fuera así, seguro que su culo estaría agradecido.

Cuando se despidieron, el cachete en el trasero le provocó una punzada de intenso dolor que a él le sacó una sonrisa y a ella un nuevo calentón. Había perdido, sí, por eso esperaba con ganas la revancha de las próximas veinticuatro horas. Así era la felicidad para ella, una perpetua espera para conseguir una victoria que, aunque deseada nunca llegaría.

Wednesday