“Siempre hay luz en la oscuridad. Tan solo tienes que saber encontrarla…”
La pérdida era insoportable, los restos, aquella caja adornada y típicamente suya era lo último que había tocado. Dentro, unas hojas dobladas de color sepia con su letra, en negro. No podía contener las lágrimas al ver aquella escritura que tantas veces había adornado su piel. El sollozo era imperceptible y no era la primera vez que lloraba por él, pero aquello era devastador. Abrió las hojas y comenzó a leer.
“”Siempre hay luz en la oscuridad. Tan solo tienes que saber encontrarla…
No llores, ¿qué coño haces derramando lágrimas si yo no te lo he ordenado. Recompón tu semblante y hasta que no las enjugues no sigas leyendo.” Dobló las hojas, en tensión. Sonó a orden tajante, esas órdenes que le dejaban temblando y a veces necesitaba. Ahora temía no volver a escucharlas, a sentirlas y sin embargo, seguía allí con ella, haciendo lo que él decía. Apartó las hojas a un lado y contempló el contenido de la caja, dentro, un reproductor de música, unos auriculares y una llave. La llave de su collar. Los recuerdos se hicieron tan vivos que herían segundo a segundo su corazón, cortando las fibras del músculo intentando llegar a los más profundo para partirlo. Pero ya lo estaba, destruido, atomizado, disuelto en el torrente sanguíneo. Cogió de nuevo las hojas y continuó leyendo.
“Mucho mejor así. Coge el reproductor y pulsa el play mientras lees todo aquello que debes saber.” Así lo hizo, sintiendo como su imaginación recreaba su voz y temiendo que algún día pudiese olvidarla. La música comenzó a sonar y se sorprendió de que no fuese jazz. Nunca había escuchado aquella melodía, sencilla, suave, y los acordes de Shine dieron color a sus palabras.
“Comencemos de nuevo. Siempre hay luz en la oscuridad. Tan solo tienes que saber encontrarla. Y esa luz no está lejos, yo la encontré y me iluminó cada día, cada hora, cada momento de sufrimiento y de tormento, cada segundo de plenitud y disfrute. Hay gente como yo que necesita encontrar esa luz fuera de si, ya sea porque no es capaz de encontrar un camino en su interior o simplemente porque carece de ella. Tú fuiste el faro que me remolcó al puerto de tus ojos. Sin embargo, en todo ese tiempo, buscaste tu luz en el lugar equivocado. Pensaste que yo era esa cuerda que te ayudaría a salir de la oscuridad cuando en realidad cada vez te hundía más y más en ella. Todo con un motivo por supuesto. Cuanto más profundo te llevaba más brillabas, cuanto más brillabas, más oscuridad me llenaba. Tú camino estaba dentro de ti. Cada azote, cada marca, cada herida, cada centímetro de tu piel lacerada por mis cuerdas, cada quemazón provocada por la cera regando tu piel era un paso más hacia tu destino y un paso menos que dar para poder descansar. Posiblemente al leer esto, he tenido que adelantar algunos pasos, posiblemente el sufrimiento que te hice pasar en aquellas agónicas sesiones de dolor y de entrega en las que como siempre, diste lo mejor de ti, aceleraron este discurso. Seguramente has pensado que tengo todas las respuestas cuando en realidad no sé ninguna. Tan solo sé que ahora, en el momento que tú crees más triste, has encontrado la puerta que revela tu luz. Esa llave, es la llave de tu destino. La llave que abre tu collar y el poder que te otorgo para poder desprenderte de él o permanecer anclado a tu esencia. En cualquiera de los casos, siempre seguirás siendo el brillo que hizo darme cuenta de que mi luz es mi propia oscuridad.”
Y aquello era todo. Su poder era su decisión, el poder determinar que podía hacer, que debía hacer y se dio cuenta de que siempre había sido así y por eso entre las lágrimas sonreía, porque siempre le hizo ser mejor y nunca se había percatado de ello. Hasta ahora.