La semana se hizo larga, no tanto por el trabajo sino por esa extraña sensación de ausencia que tuvo cada día. A su alrededor el silencio y la luz apagada le hacían levantar la mirada de forma automática cada vez que sentía una alteración en el entorno. El viernes acababa y el fin de semana ya no le parecía tan atractivo. En la ausencia bebió más café que de costumbre y preparado cada mañana, llenaba un termo de los que se habían puesto de moda. Lo bebía a sorbos, en la silla, en el pasillo, o como ahora, apoyada en el ventanal. Apartó los estores que impedían que la claridad del día iluminase el despacho cuando vio llegar una moto antigua y llena de barro.

Enfundado en cuero, polvo y tierra, el piloto se encaminó hacia la puerta del edificio sin quitarse el casco. Andaba chulo, decidido y rápido mientras saludaba con las manos aún enguantadas a quien se iba encontrando. Se dio cuenta de que intentaba estirar el cuello como un cisne para ver un poco más la escena cuando se golpeó con la frente en el cristal.

Dos minutos después la puerta del ascensor se abrió  y el misterio se desveló de la misma manera que cuando abres un paquete esperando que sea lo que deseas y aparezca ante tus ojos. No sabría decir si tenía más polvo sobre el cuero que sobre la barba pero dejaba una estela pulverizada de color rojizo. Sonreía y los dientes blancos destacaban entre tanta mugre. Mientras caminaba hacia ella se bajaba la cremallera de la chaqueta enseñando la siempre negra camiseta que increíblemente estaba inmaculada. Se paró frente a ella y sin dejar de sonreír le entregó los guantes. Sujétalos un instante le dijo, cogió el termo de café que ella tenía en la mano y dio un largo trago. Recogió los guantes y se metió en el despacho y sin mirar atrás le dijo, pasa.

Le temblaron las piernas y quiso huir al lavabo, pero desistió al oírle gritar desde el otro lado, ya mearás más tarde. Creyó que se lo había hecho encima, pero se equivocó.

Wednesday