Se sintió relativamente extraña preparando dos termos de café. Ni siquiera lo pensó en realidad, simplemente lo hizo. Por suerte la resaca del domingo no le hizo pensar nada en ello ni en la conversación que tuvo con sus amigas, sin embargo, cuando se despertó por la mañana, el automatismo fue sorprendente. Cerró los recipientes y soltó aire. Cuando llegó al trabajo entró en el despacho vacío, acarició sin encontrale sentido el tablero de la mesa y dejó el termo justo enfrente de la silla y junto al teléfono. Después salió y comenzó su día de trabajo.

De vez en cuando alzaba la vista y miraba al interior, aún vacío y sentía cierta angustia por la ausencia. Se esforzaba por no parecer nerviosa pero las horas pasaban lentamente y cada vez pesaban más. Cuando terminó su jornada, entró de nuevo en el despacho y cogió el termo que guardó en su bolso. Estaba contrariada. Al día siguiente, volvió a realizar los mismos pasos, preparando dos termos tal y como hizo el día anterior. Durante la noche no supo que pensar y el sueño le venció pronto. Por suerte no le dio demasiadas vueltas como hacía otras veces y no conseguía lo que deseaba. Como la mañana anterior, dejó el termo a la misma hora y en el mismo lugar, acariciando de nuevo el tablero de la mesa. Salió y comenzó a trabajar. Un día más, miraba de reojo el interior del despacho pero éste, seguía vacío y silencioso y observaba el recipiente solitario y esperando, como ella. Al finalizar la jornada, volvió a guardar el termo en el bolso y se fue a casa. La semana estaba pasando demasiado lenta, pensó, sin embargo, lograba conciliar el sueño como hacía mucho tiempo no conseguía. El miércoles y el jueves fueron como los dos anteriores, una larga espera y un trabajo infructuoso. El último día desistió y se centró en su propio yo y en lo estúpido que resultaba todo aquello. Cuando se despertó el viernes, solo hizo un termo, sonriente, pensando ya en el fin de semana y dejando a un lado la incertidumbre de aquella larga espera.

Cuando le vio entrar por la puerta, sonriendo como siempre, la semana se le vino encima y a la mente solo apareció la imagen del termo hoy ausente sobre la mesa. Sin emabrgo supuso que no se daría cuenta y probablemente lo hubiese olvidado. Se equivocó. Levantó la mirada y le vio plantado frente a su mesa, sin sonreír y con una mano en el bolsillo de los vaqueros. Se quitó las gafas y la voz, fue como si Blackagar Boltagon hubiese hablado por primera vez. Pensé que ibas a traerme un termo, dijo con una frialdad que le asustó. Pero ella se sintió ofendida y se levantó sin pensarlo demasiado echando la silla hacia atras golpeando la pared. Lo he traido toda la semana, contestó. Hubo unos segundo de silencio, y todo lo que había alrededor desapareció para ella. Toda no, hoy no, dijo mientras se daba la vuelta y entraba en su despacho. El despecho de aquella ofensa le hizo ir tras él y abrir la puerta del despacho sin ningún tipo de cortesía. ¿Cómo tienes el descaro de echarme en cara que hoy no te he traido el termo de café cuando lo he hecho durante los días anteriores y no has aparecido por aquí?

Él se quedó parado, dándole la espalda, mirando al infinito a través del ventanal. Sin mirar le dijo: Te comprometiste a traer un termo de café, te comprometiste a esa única condición. El que haya estado o no es irrelevante para que tú cumplieses el compromiso que solo tú has aceptado. Si no hubieses querido hacerlo, no lo hubieses hecho, si no quieres hacerlo, no lo hagas más, pero entonces, tu implicación, tu compromiso con tu propia palabra no vale nada. Hazlo o no lo hagas. Pero no te escudes en la validez de algo cuando a ti te conviene o te compense. Y ahora, sal de mi despacho y no vuelvas a entrar sin llamar ni a hablarme de tú en tu puta vida.

Ella se quedó paralizada cuando él se dio la vuelta y la sonrisa se había convertido en una mirada de hielo ardiente. Comprobó como los musculos de la cara explotaban incluso por debajo de aquella barba. Se hizo gigante y ella, abochornada y enfurecida, se hizo tan pequeña que sintió pánico y ganas de llorar. Intentó decir algo pero él lo supo.

Fuera, susurró y solo se escuchó el sonido de los tacones alejarse y la puerta golpear contra su marco.