Brillaba, tanto o más que el colgante que se perdía entre su escote. El bronceado le hacía palidecer y el perfume que emanaba de su piel lo llenaba todo. Sutil, felina, sonriente. Poco más podía pedir y los impulsos de morder aquel cuello golpeaban con dureza sus pensamientos. Ella separó las piernas, largas y suaves debajo de la mesa. Casi sin que se pudiese dar cuenta, movió las caderas un par de veces y puso su mano cerrada sobre la mano abierta de él. Dejó sus bragas en la palma de la mano y volvió a bajarlas por debajo de la mesa. Él sonrió, malicioso, se incorporó hacia adelante, agarró la copa de vino y antes de beber le dijo: Para.
Ella se sorprendió. A él le encantaban los juegos, de hecho normalmente era quién los provocaba e ideaba. Supuso entonces que no estaba de humor y se entristeció un poco. Cuando dejó la copa en la mesa miró la cubertería. ¿Ves la cuchara sopera? Cógela, ordenó. Ella lo hizo y esbozó una sonrisa pícara. Lámela, continuó y así lo hizo. No necesitas comportarte como una zorra para hacer esto nena, no es mi polla. Solo lámela. Como si fuese una niña pequeña enfurruñada a la que le habían quitado la diversión, lo hizo. Ahora, mete el mango en tu coño y deja la cuchara sobresaliendo.
La cuchara entró con facilidad y solo dejó el extremo sobresalir. Se levantó y apartó la mesa ligeramente, empujó el cuerpo hacia delante y le colocó una mordaza. Se sentó frente a ella, en la mesa y cogió dos cuchillos, los golpeó rítmicamente y los clavó en la madera. El golpe le asustó un poco y se echó hacia atrás. Parece que voy a tener que atarte, le dijo. Cogió las muñecas y las anudó a la parte trasera de la silla. Volvió a coger el pelo y lo anudó a una cuerda tirante, dejando el cuello exactamente donde él quería. Ahora mucho mejor, sonrió.
Desclavó los cuchillos y volvió a golpearlos despacio, sacando un sonido característico. Los cuchillos afilados fueron acariciando la piel del cuello y bajando hacia el pecho. Según se iba encontrando los botones, éstos caían al suelo con facilidad, cortados con un ligero movimiento de sus manos. Cuando la blusa liberó las tetas, tiró de ella hacia atrás inmovilizando con ello los hombros. Sin embargo, las afiladas hojas siguieron bajando por su abdomen, clavándose ligeramente hasta que llegaron a las ingles. Los gemidos comenzaron a escaparse de su boca y entonces, uno de los cuchillos comenzó a golpear la cuchara. Cada gemido un golpe. Lo entendió rápido y los gemidos comenzaron a crecer mientras la saliva empezaba a gotear despacio y caer en la cuchara. Según aumentaba el ritmo ella apretaba los dientes sobre la bola dejando caer más y más saliva. El otro cuchillo se iba clavando poco a poco en la piel dejando un hilillo de sangre que se mezclaba con el flujo de su coño que se iba espesando cada vez más.
Cuando el orgasmo se precipitó, él sacó la cuchara llena de saliva de golpe y la colocó sobre su coño. El flujo se mezcló con la saliva mientras ella temblaba y notaba como el pelo tiraba de ella hacia atrás y sus piernas temblaban aprisionadas por las de él. Cuando todo acabó, pasó un dedo por la herida abierta empapándolo de sangre que dejó caer gota a gota sobre la cuchara. Le quitó la mordaza y le susurró, bebe y ella bebió su esencia, su ser y lo que le provoca. Nunca una cucharada fue tan deliciosa.
Wednesday