Descubrir que observar le proporcionaba tanto placer, fue probablemente el sentimiento más maravilloso que había tenido jamás. En tan poco tiempo las emociones se le precipitaban y le encogían el estómago. Primero fueron las rutinas, las propias y las ajenas, una manera de mantenerla firmemente anclada a sus propios pasos. Conocer a Sylvie, su anarquía emocional y la felicidad con la que llevaba todo aquello, no hacía más que fortalecer aquellas emociones. A veces se veía desde fuera, sentada o de rodillas, observando, inclinando la cabeza para poder apreciar mejor los detalles, notando incluso el latido en las venas de las manos. Afilando los precisos movimientos de los dedos cuando escribía sobre el papel, palabras, garabatos, dibujos. Oliendo la tinta mientras empapaba el papel y se extendía de la misma manera que sus emociones.

Luego se fijaba en el cuello, en cómo se hinchaba y marcaba la nuez. Olía desde la distancia la piel igual que si caminase por un campo de limoneros, mezclándose con la brisa que entraba por la ventana entreabierta. Los parpadeos, los tics, los gestos inconscientes, el chasquido de los labios o los dedos tamborileando sobre la mesa. Esperaba. Esos guiños que le permitían saber que estaba preocupado, o triste, alegre o compungido, enfadado, rabioso, somnoliento. Lo sabía todo mientras le observaba y le hacía feliz. Era extraño todo aquello. Era extraño, pero sonreía por dentro mientras el pecho se le hinchaba.

Cuando él giraba la cabeza y clavaba los ojos en ella, lo sabía. No necesitaba mirarle, pero el calor lo cubría todo, el corazón se aceleraba por misterios que era incapaz de si quiera desentrañar. Miraba sus botas, polvorientas. Ella deseaba cuidarlas, limpiarlas, pero él quería que estuvieran como estaban, porque así estaban bien. Otras rutinas, las cosas que funcionan, las cosas que están bien, así deben seguir. Cada cosa está en el lugar que tiene que estar y si no es así, no tiene que estarlo. Igual para las personas, le dijo una vez. Estás ahora porque quieres estar y cuando dejes de quererlo, deberás estar en otro lugar. Es ahora, este momento y este sitio.

Le sorprendía porque no se incluía en ese escenario. Si ella estaba allí era principalmente por él. Aquí, ahora, siempre. Pero él sonreía, como si hablase con una niña pequeña que desconociese los secretos de la vida. Lo relevante eres tú, continuaba. Vas a seguir contigo hasta que mueras, después no habrá nadie, y antes, habrá lo que desees, pero todo girará alrededor de ti. Se egoísta, porque siéndolo podrás ofrecerte completamente como eres ya que no piensas en contentar a nadie sino a ti misma y con ello, él que te observe, te verá en plenitud. Así lo hago yo y no me va mal. Sonrió, mientras le desabotonaba la blusa. En aquellos momentos, se preguntaba si hoy las pinzas le harían verdadero daño.

 

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