A veces estoy de mal humor. Eso no significa que el resto del tiempo sea un festival, pero esas veces suelen venir provocadas por imbéciles que creen estar por encima del bien y del mal moral. De esa moral tradicional que todos tenemos adherida en lo más profundo de nuestro ser por mucho que intentemos renegar de ella. Y entonces, con esta mala costumbre que tenemos de creer que todo gira a nuestro alrededor, que después de haber vivido un poco y haber leído cuatro libros, tenemos la potestad, siempre avalada por una legión de borregos que asienten y aplauden todo lo que decimos, de poner en solfa a cualquiera que se sale del camino recto de nuestra sabiduría, nos vemos con el derecho de tener la vela en cualquier entierro.
Y todo esto viene dado porque por ahí siguen pululando, y van en aumento no crean, personas que con sus personajes a la espalda y proclamando verdades absolutas, aforismos camuflados con insultos y golpetazos en la espalda, ajustan cuentas contra el blanco en cuestión. No se trata de un diálogo en el que se intercambian ideas y opiniones, no. Es tan solo el acoso y derribo bajo insultos y desprecios cimentados en una vasta comunión de aliados contra un solo “enemigo”. Luego está el aguante y las hechuras del receptor de tanto interés. Algunos se vienen abajo ante la insoportable presión de la ola mediática, otros, cuchillo en ristre, se lanzan a la batalla dialéctica de insultos y bajezas en las que, si todo sale bien, es aniquilado por el ejército de la “verdad”. En otro punto están los que directamente pasan del tema y desinflan con un simple silencio todo el rugido que se les viene encima, de la misma manera que los truenos de la tormenta pasan y se alejan sin haber hecho mella. Una manera de sacudirse el polvo.
Pero son insistentes. No les convencen con la displicencia y el desprecio porque siguen con su cruzada personal y siguen sumando amigos a la causa, aunque esta causa a los otros ni les va ni les viene. Tan solo los réditos de estar bajo el sol que más calienta y supongo, alguna otra cosa. Pero aquí estamos, aprendiendo que decir una cosa que no se ajuste a la normativa impuesta es malo y abre la veda del insulto y la soflama. Nada tiene que ver que aquellos que atacan hacen y dicen lo mismo pero parapetados en el fabuloso y ficticio escudo de que su violencia no es tal, sino arte. Quien dice arte puede decir cualquier otra estupidez como sustituto, por supuesto. Y entonces entran en contradicción, que imagino son incapaces de detectar, pero por suerte otros, lo ven venir de lejos, Hay negocio para todos, para todos los pensamientos incluidos, los que dicen digo para atacar y luego Diego para recaudar, acicalarse y ponerse unas medallas al valor y al mérito.
No se puede caer bien a todo el mundo, ni contentar a todos, pero tampoco se puede estar en ambos lados, en el de la defensa de la mujer atacando a quienes crees que se glorifican con la violencia e inmediatamente después hacer alarde de lo maravilloso que es partirle la cara o el culo a una moza con una serie de imagenes a las que se les apostilla una sesuda reflexión de mierda.
En un lado y en el otro no.
Wednesday