Durante mucho tiempo sintió que era especial. Todos aquellos que la rodeaban se lo decían, se lo demostraban. Se dejaba querer por los comentarios y los halagos de aquellos que la deseaban. Eran muchos y eso encendió en ella un fuego que terminó por hacerla arder. Luego, en las cenizas, reptando e intentando recomponer de alguna manera lo que fue, se dio cuenta de que ya sólo caminaba por el desierto. Sola.

En aquel ambiente se camuflaba de las miradas ajenas y se desahogaba, al menos como voyeur. Era la manera más fácil de no caer en la tentación de los halagos y los oídos regalados. Ya nada de ello le inflamaba los pechos pero las pulsiones seguían siendo las mismas. Cada vez que había estado con un hombre se había encontrado el muro de la incomprensión y de la mala praxis. Seguramente tuvo mala suerte. Seguramente fue su culpa. Pero ahí estaba, observando cómo la cera resbalaba caliente por la piel joven de la muchacha que acallaba los gemidos con pequeños gritos de dolor. Delante de ella otros observaban de la misma manera. Sin embargo en Moira no había lascivia. Añoraba la pérdida de control, sentirse apabullada por las manos masculinas y la voz gutural, excitarse al acariciar las venas inflamadas en deseo. La nostalgia de ser usada y no poder hacer nada porque tampoco lo quería.

Salió a la calle y la luz del día se reflejó en su gabardina. Se anudó rápidamente el cinturón y caminó calle abajo. En su cabeza resonaban aún los gemidos de la muchacha y los gruñidos fingidos de los hombres que se agolpaban alrededor. Sentía que su aspecto ahora camuflaba muy bien lo que realmente era. Bajó las escaleras y caminó hacia su coche. Pensó que quizá había sido mala idea acercarse y dejarse ver después de tanto tiempo. Sonrió un poco al darse cuenta de lo estúpido de aquel pensamiento. Sacó la llave del bolsillo de la gabardina y antes de que pulsara el botón sintió un fuerte tirón en la cintura.

La mano tapó su boca. El olor le provocó delirio. El mismo olor que una vez tapó su garganta y profanó su cuerpo. Nunca supo quién fue pero siempre supo lo que iba a anhelar volver a sentir lo mismo. El cinturón de la gabardina se deslizó tan rápido que antes de que se diera cuenta lo tenía metido en la boca y con los extremos había anudado sus muñecas. Luego tiró de la gabardina hacia abajo y con ello dejó los brazos pegados a su espalda. Levantó la parte de abajo y le tapó la cabeza y en volandas la llevó hasta tirarla contra el capó del coche. El cuchillo elevó el juego cuando cortó las bragas que cayeron a un lado ya empapadas.

Cuando terminó con ella desató el cinturón y lo dejó caer junto a las bragas rotas. Ella respiraba con dificultad ahora que ya su boca había quedado libre. Sentía el cuerpo marcado, mojado y sucio, pero no se atrevió a mirar. Se quedó mirando la pintura metalizada del coche mientras los pasos se alejaban. El olor rodeaba su cuerpo por completo y las piernas volvieron a temblar mientras el orgasmo partía su cuerpo en dos. Aquella segunda vez tampoco le vio y sin embargo nadie había conocido mejor su cuerpo. Se incorporó, se abrochó la gabardina y se colocó el pelo despeinado. Cuando se sentó en el coche los latigazos de dolor recorrieron su culo y sonrió.

Quizá nunca necesitó que nadie engordase su ego. Quizá solo necesitó que alguien conociese cómo había que tratarla. Arrancó el motor y ya no se acordó de la muchacha llena de cera.

Wednesday