Al olvido se llega rápido. Casi siempre de manera inesperada, por sorpresa. La misma que consigue que no entiendas los motivos hasta pasado algún tiempo. Y esta vez no iba a ser diferente. ¿Qué haría entonces con todas aquellas experiencias inacabadas, con la memoria incisiva que se abría paso cada vez que cerraba los ojos? Ante sus ojos tenía media vida en objetos sobre los que muchas veces depositó la cordura para que se convirtiese en locura espasmódica. Los restos de la piel permanentemente mudada acarreaban las laceraciones y los cortes, ya habían coagulado y taponaban los incipientes llantos que pretendían salir a borbotones por las cicatrices. ¿Qué tiene que hacer uno con esta indefensión?
Se sentó en la cama, con los pies casi colgando y solo la punta de los dedos rozando el suelo frío. La realidad es que lo gélido estaba en su corazón y no en el suelo. El corazón que, como las estrellas, se va enfriando de dentro hacia afuera pero no lo sabe. Queman el combustible y desde el exterior se hace un esfuerzo titánico para seguir alimentando el núcleo. Quizá fue aquello, el no sentir cómo el corazón por dentro se enfriaba y el cerebro hacía lo indecible para que latiera con más fuerza y calentase la superficie para mantener el motor en movimiento. No funcionó. Nunca funciona.
Las manos acariciaban aquellos objetos que ella custodiaba porque a él le gustaba que fuera así. Es posible que lo poco ortodoxo de sus acciones le hicieran creer que ese sentimiento de unicidad les haría llegar a tocar el cielo. Era una posibilidad claro, pero incluso siendo así, el mero hecho de que ella custodiara aquellas herramientas le dio desde siempre un bienestar inimaginable. Ahora, con ellas sobre la cama, sentía que se había fallado a sí misma. Hizo el ademán de entregárselas, ya no las sentía como suyas aunque lo fueran, pero él, con la misma firmeza que cerró el círculo, declinó el ofrecimiento. Te di su custodia y eso no te lo voy a arrebatar- le dijo.
El corazón se detuvo en ese instante, en seco, dejando un profundo hueco que absorbió todas las vísceras y el aire y la saliva y las lágrimas. Entonces los recuerdos en un último esfuerzo se afanaron en sacar a la luz los destellos de aquella sumisión, arrodillándose y clamando en voz baja por cada una de las marcas que se ganó, por cada una de las lágrimas que derramó, por cada herida que le infligió.
¿Qué debe hacer alguien con la entrega devuelta? ¿Y ahora qué?
Wednesday