La luz cambia según la estación del año. Por la ventana entra imparable, deslumbrando todo lo que encuentra a su paso. Cada tono es único, cada segundo imperturbable. El reflejo en tu piel es hipnótico. Desperté sobresaltado pero sorprendéntemente tranquilo, esperando que no estuvieses, como cada día desde hacía mucho. Pero ahí estabas, acomodada, sensual, desnuda y con la piel más radiante que la propia luz. La tela de seda en que se había convertido tu piel, al tacto con mis dedos, recordaba al raso y en ocasiones, se mimetizaba con las propias sábanas dándote una imagen angelical mientras arrebataba tu decencia.
Respiras pausada y confiada, segura y profundamente, sabedora de que no podrás estar en lugar más segura que junto a mis manos. A tu alrededor los restos de la batalla acontecida en los albores del alba y donde tu piel me ofreció la sangre que tanto deseaba no sin antes batirnos en un duelo horizontal donde los dos triunfamos. Me pierdo cada día en esos caminos que poco a poco he ido creando sobre tu piel. Aunque creo que la conozco a la perfección, siempre encuentro lugares en ella que me sorprenden, pliegues que la próxima vez mancillaré. Toda tú eres mía, en tu paz, en tu sonrisa plena me haces ser lo que soy.
En cada movimiento, el aire se altera a tu alrededor, se siente incómodo al acariciar las marcas que no le pertenecen y presiona mis pulmones, celoso del poder que perdió a mis manos. En cambio la luz disfruta de tus sombras porque allí se hace aún más fuerte. Las caricias de mis dedos te despiertan y tu sonrisa hace palidecer todo lo demás. La voz, mimosa, forma melodías hipnóticas que sostienen cada instante colgados de hilos formados por las gotas de tu saliva.
Desnuda, con el cuero alrededor de tu cuello, tus curvas son mi horizonte.
Por mi ventana siempre… (cont)