La bofetada retumbó, seca, cortante, efectiva. Fue la única vez que alzó la mirada, su cuerpo se sometió de la misma manera que su espíritu y la tensión de sus músculos se convirtió en un laxo fluir de emociones a través de sus nervios. Los mismos nervios que me recibieron, medio temblorosa, casi conmocionada, asustada por no cumplir las espectativas, por pensar que no sería lo suficiente para mi aún sin saber que era mucho más de lo que imaginaba. En un rincón esperaba, inmóvil y solo la ligereza de sus temblores eran capaces de ahogar un pequeño sollozo. Su voz, un hilo, evitaba coger más aire del debido intentando estar a la altura de lo que ella estaba acostumbrada. Sumisa desde siempre, o al menos desde que recordaba, el rincón era su hogar y ahí permanecería hasta que yo reclamase que se arrodillase o simplemente hiciese con ella lo que desease.
Por eso su cuerpo se tensó cuando le pedí que se acercase y le tendí mis manos. Sentí que todo lo que conocía se derrumbaba ante ella porque no sabía que hacer o como contestar a mi llamada. Cuando su cuerpo se pegó al mío, se derrumbó y sin dejar de mirar al suelo solo susurraba, Mi Señor. Sus brazos me rodearon. Creo que fue la primera vez que hizo eso ante un dominante. Fue instintivo y contra toda regla, pero lo hizo y se sintió bien y protegida. Fueron unos minutos hermosos, con susurros firmes y órdenes muy claras. No bajes la mirada si no te lo ordeno. Siéntete orgullosa de lo que eres y de estar a mi lado, conmigo. Asentía y me recordaba que jamás había sido así para ella, todo era nuevo, diferente y le costaba ser natural como yo le solicitaba porque su naturalidad era estar en el rincón, en silencio. ¿Para qué quiero yo una sumisa silenciosa? Callarás cuando te lo diga, mientras tanto, habla y date a conocer.
Me separé y le miré a los ojos. Era incapaz de mantener mi mirada. Era como un perro herido del que habían abusado. Ese temor no lo quería conmigo, quería la luz que irradiaba y ella desconocía. Necesitaba que lo viese, todo. Me alejé de ello y a sabiendas le dije que me acompañase y se sentase a mi lado, al borde de la cama. Sus manos sobre los muslos y la mirada, de nuevo, gacha. Las acaricié y entre susurros le dije, no estaríamos aquí si no creyese lo que eres y lo confundida que has estado hasta ahora. No te han enseñado, ni bien ni mal, simplemente no lo han hecho. Te han tratado como algo inerte, como un recipiente donde uno guarda sus frustraciones. Esto se ha acabado.
Mis manos agarraron su cuello, lo aprisionaron, fuerte y firme. Sonreí, y su cuerpo dejó de luchar porque su mente se rindió a mi. Hacía mucho tiempo que ella sabía que era mía. En ese instante, comprobó que nunca más sería de otro. Encontró su sitio junto a mi y yo, lo más parecido a la perfección.
Que bonita primera vez. Seguro que repite :-p