Le gustaba la luz tenue y los nervios que retorcían sus tripas siempre antes de empezar algo. Sin embargo, odiaba volver a empezar, comenzar un nuevo camino que le alejaba de la rutina que ya tenía adquirida. No dejaba entreverlo, pero la inquietud por explorar nuevas vías hacía estragos en sus recuerdos. Echó un poco de licor en el vaso. En el fondo aún estaban los restos del último trago y eso le hizo pensar. Siempre hay restos, siempre hay cosas inacabadas, siempre hay posos que recuerdan nuestras verdades y nuestras mentiras. El alcohol quemaba la garganta, pero despejaba las dudas y sobre todo, relajaban los nervios. Recogió algunas de sus libretas, apuntes de aquí y de allí, historias inconclusas, un par de plumas. Se sentía viejo al escribir aún en papel y con tinta, viejo no por la edad sino por el bagaje de sus letras. Echó un último vistazo al que había sido su hogar los últimos años y cerró tras de sí con un crujido que durante unos instantes se le hizo insoportable. Cuando bajó el primer tramo de escalera ya había olvidado todo.

Salir de una zona cálida en la que la costumbre se vuelve un aliado a veces es más complicado de lo que parece, pero aquella vez y mientras los pasos retumbaban en sus sienes, sintió que podría convertir aquello en algo diferente. A vueltas con sus locuras y sus pensamientos caóticos se encontraba casi siempre con la tranquilidad de saber lo que había que hacer, de soportar con estoicismo los silencios y la falta de contacto porque aunque fuese más doloroso de lo esperado, tenía una razón de ser. Había acabado su tiempo y su espacio y aquella llamada le dio el impulso y el trabajo adecuado para descubrir que el mundo no es lo que aparenta ni contiene lo que podemos observar.

Cuando llegó al lugar convenido se encontró con aquella figura delgada, alta y hermosa. Su aspecto andrógino estaba fuera de lugar y como luego pudo comprobar, también del tiempo. Dudó si era un hombre o una mujer, aunque eso en realidad era irrelevante. Frente a él se encendió un cigarrillo y exhaló el humo como si de dónde viniese estuviera prohibido. Tosió un par de veces y comenzó a hablar con una voz suave y melódica. El contraste con la firmeza de sus palabras fue lo que más llamó su atención. Después de cinco minutos en los que le contó increíbles cosas le ofreció una libreta en blanco.

Cuando le preguntó qué tenía que hacer con ella, tan sólo le contestó que escribir. Aquella respuesta no fue demasiado concreta y volvió a hacer la misma pregunta. Fue cuando tiró el cigarrillo al suelo, lo pisó y soltando el humo contestó:

– Eres el cronista de una historia inacabada que ha ido viajando por el tiempo y que se ha detenido hoy para saltar 43 años y 3 meses en el futuro.
– No entiendo – contestó confuso.
– No hay nada que entender. Simplemente escribirás esta historia para que quede registrada y con suerte no acabe todo en medio siglo.
– Pero si no conozco la historia ¿cómo voy a escribirla?
– Como has estado haciendo los últimos diez años. Todas tus historias son reales, todas tus historias son el resultado de los sucesos que han ocurrido en otros lugares y otros momentos. Simplemente escribe.

Antes de darse cuenta la figura caminaba ya calle abajo, pero antes de desaparecer se giró y le dijo.

– Mi nombre es La Plata.

Cuando el sonido de la voz desapareció, él o ella también. El tacto de la libreta era perfecto, sobria y consistente con un papel grueso ideal para absorber la tinta de sus plumas. La guardó en su bolsa y se quedó pensativo. La Plata, murmuró.

Wednesday