La lluvia no había cesado durante toda la noche. Fuera, la pradera se había convertido en un barrizal y a él eso le pareció una circunstancia ideal. La comida casi estaba lista, el calor de la cocina se había trasladado hasta el comedor y la mesa estaba dispuesta como a ella le gustaba, en un orden absoluto. Descubrió que comer con él era mucho más placentero si el orden y la perfección estaban repartidos sobre el mantel que sobre su cuerpo y se había acostumbrado muy pronto a llevar su ropa, ir descalza y sin ropa interior. Sin embargo, seguía maquillándose y perfumando su piel. Había costumbres que eran difíciles de dejar. Le gustaban esas conversaciones intrascendentes en las que no hablaban de nada, pero se decían de todo. Se hablaba en voz baja hasta que la risa estallaba en uno de los dos y se contagiaba tan rápido que debían dejar de comer unos instantes. El vino ayudaba y sin mucho apuro, daban cuenta de una botella por comida.
Cuando él veía como ella comía la fruta, apuntaba mentalmente algunas consideraciones para tenerlas en cuenta en el futuro. Luego ella se levantaba, preparaba un café y le servía una copa de Bulleit sin hielo. Él disfrutando de la bebida y ella de como la bebía. Era tan fácil todo que podría vivir el mismo día el resto de su vida. A ella el bourbon todavía le parecía excesivo, pero viendo cómo él lo disfrutaba, cada día tenía más ganas de acompañarlo.
La lluvia no había cesado en toda la noche ni en lo que llevaba de día y el charco se había convertido en un cenagal. Entonces, se quitó las botas y la camiseta, agarró un collar de cuero marrón envejecido y se acercó a ella. Se lo colocó en el cuello y enganchó una correa larga también de cuero.
–Vamos –le dijo dando un ligero tirón. Ella se levantó y le acompaño hasta el ventanal. –Vamos a disfrutar del día de perros.
Ella sonrió y sin darse cuenta salió a la lluvia de puntillas.
Cuando ambos estaban llenos de barro, él se acercó y con las manos empezó a dibujar filigranas sobre su cuerpo, le quitó la camiseta y sintió la piel fría y los pezones endurecidos. El maquillaje había desaparecido por completo y en su lugar había barro apelmazado y lágrimas marrones que cubrían el rostro. El pelo era una masa arcillosa y no había ni un centímetro de su piel sin cubrir por el barro. Para su desgracia, aquel depredador sí podía verla a través de la capa parda, no sólo porque el olor la delataba, también veía sus ojos verdes brillar en la oscuridad.
Pasó la correa entre sus piernas y su culo y la enganchó a la parte de atrás del collar. Ahora podía tirar de ella desde sus tetas y desde su espalda. La arrastró por toda la pradera y ella, desde aquella posición, veía sus pies desnudos llenos del barro que les impregnaba a ambos. No se imaginó estar en mejor lugar y situación.
Cada día era más feliz.
Wednesday