No era especialmente temprano. La brisa del comienzo de la primavera era más cálida que de costumbre y abajo, en la orilla, encrespaba el agua cuando tocaba la tierra. Arriba, las copas de los árboles se mecían como si la mano de Gea acariciase las ramas mientras paseaba colina abajo. Tras él y dentro de la casa, la trompeta de Miles Davis escalaba las notas de Godchild dando cuenta de que ella se había despertado. El humo del cigarro revoloteaba alrededor de su barba y el sol calentaba la piel desnuda apoyada sobre la cal blanca del muro del balcón. A lo lejos, las embarcaciones de recreo fondeaban y de ellas saltaban joviales jóvenes buscando refrescarse en el agua azul cobalto del lago. Cuando se despertó no reparó en vestirse y allí se encontraba disfrutando de las vistas tan desnudo como la noche le había permitido. Después de cada bocanada de humo, daba un pequeño sorbo de café recién hecho y simplemente pensaba en aquel instante maravilloso. No deseaba estar en ningún otro lugar.

Ella llegó en silencio, de puntillas, casi como no queriendo interrumpir aquel momento de ensimismamiento que tenía. Pero el olor de su cuerpo advirtió de su llegada. Sin embargo, él no se giró, siguió con la mirada perdida en aquellos jóvenes que gritaban y reían mientras nadaban y chapoteaban ajenos a aquel momento. Ella se juntó a él y ambos sintieron la piel desnuda del otro, cálidas, perfumadas. Al instante ambas se erizaron y el mismo latigazo recorrió sus columnas. Ella se abrazó a su cuerpo de la misma manera que lo hizo al acabar la noche, exhausta y dolorida e igualmente feliz. Sonreía cada vez que le podía tocar, enterrando tan profundo como le fuera posible la incontable cantidad de meses que no pudo ni rozarle. Él sabía que sonreía sobre todo por la presión que los brazos ejercían en el abdomen. Podía saber cada gesto que hacía sólo por cómo era el roce. Conocía cada poro, cada arruga, cada mancha de su piel. Adoraba su voz y el roce de las uñas cuando arañaba sin querer su espalda. Aquella desnudez le permitió sentir las marcas nuevas que había dibujado y las sentía tan vivas que desearía que el tiempo acabase en aquel momento.

Estuvieron inmóviles hasta que el cigarro se consumió en sus manos mientras el humo denso se acumuló frente a su rostro. Ella no decayó en la presión de sus brazos, siempre constante notando como la respiración lenta hacía que la espalda se pegase a su pecho todavía dolorido. Cuando él se dio la vuelta, le levantó la barbilla con sus manos, luego las deslizó hasta la cadera y la apretó contra su pecho. El beso fue suave y prolongado, suficiente para que las lenguas volvieran a conocerse como la noche anterior. Las yemas de los dedos fueron buscando las marcas rojizas que el cuero y las cuerdas habían cincelado, pulsando dónde parecían más dolorosas. Ella no se quejó y se encaramó de su cuello pasando las piernas por detrás de la espalda para terminar deslizándose hasta que ambos sólo fueron uno.

Ella le susurró al oído que era absolutamente suya y él mordió su labio inferior hasta que la sangre brotó. Un poco de sangre cada día y llenaremos este lago le dijo clavando los dedos en las heridas aún frescas.

Wednesday