Es divertido como enloquecemos por las parafernalias de la misma manera que los críos. El apego que se tiene por acumular trastos, digo trastos, porque tener cinco cosas iguales es una gilipollez con tal de fardar de instrumental para repartir toñas. Cada uno colecciona lo que le sale del ciruelo, yo colecciono cómics y discos y alguna otra cosa un poco más vergonzante que me callaré, así que no tengo criterio para meterme con estos coleccionistas pegoteros, pero ¡qué coño! lo voy a hacer.
Algunos piensan que tener siete fustas para siete hermanas les da un conocimiento mayor del azote tailandés, porque el peso de cada una, la longitud, la textura y el tacto, así como el sabor de la sangre una vez liados en el meollo azotador, es un claro paradigma de como se deben hacer las cosas. Pero no hace falta viajar en el tiempo como en 12 fustas e intentar cambiar el orden mundial del bdsm, cuando en el fondo, mucha fusta y pocas nueces. Las manos se usan poco y dan bastante más gustito. No niego que la fusta mola, que la vara mola un poco más, pero una buena hostia en un cachete de un traserete, es incomparable.
He aquí que, algunos llevan un montón de tiempo en busca de la fusta perdida, ese santo grial del bdsm, la fusta perfecta, aquella, que como Excalibur, otorga un poder a su portador convirtiéndote en un Master del Universo. Pero debemos recordar que la mano que mece la fusta, antes debió practicar sin ella. Por cierto, el clítoris cambia de sabor después de azotarlo con una fusta. Cosas de la naturaleza sabia, el coño se convierte en un postre de desgustación.
Por tanto y antes de que os avalancéis a comprar artilugios de tortura y diversión, antes de empezar a liarse a leches con ellos, aprended a usar las manos que luego quedamos como patanes de tres al cuarto y no sabemos hacer ni un mísero dedillo. Y esto nos deja en muy mal lugar, nos convierte en dominantes de muñecas.
Querida, tengo un juguete nuevo, te voy a contar una Toy Story.