El círculo virtuoso – III –

Cada nudo es una experiencia, al menos uno debe creer que lo es, cada uno de ellos contará una historia en tu piel, le decía mientras deslizaba la cuerda. Cada historia genera un recuerdo y cada recuerdo será un momento de tensión, un roce, una presión. La cuerda separará tus labios, aprisionará tus extremidades, inmovilizará tus piernas y el placer te inundará desde cada una de tus terminaciones nerviosas. El coño de Laurita estaba ya hinchado, palpitando y el solo roce de la cuerda, ese deslizar delicioso entre ellos le hacía temblar. Se mordía el alma por correrse, y lo insinuó. Quería hacerlo pero no tuve que negárselo, no hacía falta.

Resulta verdaderamente curioso cuando una sumisa descubre de verdad que está ante un verdadero dominante, ese que no necesita las palabras para adornar ninguna situación, ninguna batallita para desplegar sus medallas. Ella miraba mis ojos mientras yo hipnotizaba las cuerdas, un faquir entre su carne prieta y su olor a sexo desesperado. Cerró la boca, aguantó. Hizo bien, hizo lo correcto. Cuando todo su cuerpo estaba en una postura perfecta, lo elevé, no demasiado. A veces una elevación alta cuando nunca has estado en ese balanceo asusta más que un látigo restallando contra la carne.

Su figura, hermosa, en forma de arco con el pecho hacia abajo y las piernas separadas y dobladas, el pelo recogido en una coleta que se unía a un cabo, tirante. Vio como sacaba un gancho de acero, frío y pesado. Acaricié su culo con suavidad y se lo introduje sin compasión. Se retorció de dolor. En la anilla del extremo até una cuerda que uní a su pelo tirante. La tensé. Busqué un bocado de aro y se lo coloqué. Me aparté y me quedé unos instantes mirando, sintiendo como sus músculos pasaban de la tensión a la relajación, como la piel se iba marcando y la cuerda dejaba su impronta tan personal.

Me arrodillé y le miré a los ojos y ella a mí. Coloqué un hitachi sobre su clítoris y lo fijé con cinta de vinilo. Lo encendí al máximo y de inmediato comenzó a gemir y a estremecerse. El pelo tiraba de la cuerda y esta del gancho. Sus propios temblores le estaban follando el culo. El maquillaje empezó a correrse, como ella.

Entonces agarré la vara y me acerqué.