Allá por 1993, Arturo Ripstein trasladó a imagen la historia desoladora que escribió Naguib Mahfouz. Para entender los finales solo podemos comprender como son los comienzos. En el bdsm los comienzos son demasiado bonitos, adornados por un montón de paja que no nos deja ver el pajar limpio, porque en ella uno se siente cómodo, caliente, feliz. Los comienzos al lado de un dominante son extáticos. La sumisa se siente con una mezcla de pasión, fiereza, tranquilidad y sobre todo de la angustia de cuando será. Ese cuándo será es un auténtico motor, es lo que hace que vaya hacia adelante sin freno y a una marcha constante. El dominante eso lo controla y lo puede alargar todo el tiempo que desee, necesite o crea conveniente.
Ese instante eterno es lo que cimienta una relación D/s, es donde la sumisa demuestra su capacidad de tolerar la impaciencia que le acucia, de soportar sus deseos desgarradores y solaparlos con la pausa y la calma que el dominante le ofrece. Comprobar si es capaz de llegar al límite que su maestro le está enseñando. Si esto no se consigue, aunque la relación continúe, tendrá una brecha que en algún momento se quebrará y lo que aparecerá será toda la falsedad y la mierda que los seres humanos tenemos en lo más profundo de nuestro ser. Mahfouz lo escribió y Ripstein le dio una obscena carga dramática familiar.
Si al contrario, la sumisa lo soporta incluso no sabiendo los motivos de porque el dominante le lleva a unos extremos emocionales tan perturbadores, el futuro será como una mañana de surf. Sabiendo que al final del día, extenuada simplemente entenderá que eso es solo el comienzo. El dominante no solo ordena y utiliza cierta violencia verbal o física, eso a fin de cuentas es un bolsillo en la maleta del D/s. Apoyado en su mano crecerá, aprenderá, será más feliz y plena porque completará su círculo visual. Verá que todo lo que hay a su alrededor es mejor porque él está a su lado o porque ella está postrada ante él, o porque únicamente sus palabras serán capaces de sacarle de una frustración o una tristeza. Ese es el poder y la fuerza que el dominante aporta a la sumisa, un apoyo incondicional y perfecto que hará que su vida sea mucho mejor y más fuerte.
A cambio, el dominante sentirá la plenitud por la sonrisa de su sumisa, por las lágrimas derramadas, por las marcas dibujadas en la piel que al contrario que sobre la arena, siempre permanecerán inalteradas.
Ese es el principio aunque parezca el final.