Rechazar a alguien puede ser impredecible. Él lo descubrió pronto. Atacar a un dominante es un error. Ella lo iba a descubrir en ese momento.
Que todo acto tiene una consecuencia no es algo que se le había pasado inadvertido, por eso siempre fue cuidadoso cuando marcaba y de la misma manera el dolor que provocaba lo mitigaba con los cuidados necesarios. Es cierto que aplicar la tercera ley de Newton a esto es algo poco más que descabellado, no tiene sentido aplicar una ley de mecánica a principios abstractos sobre las relaciones humanas. Aun así, por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, este realiza una fuerza de igual intensidad, pero de sentido contrario sobre el cuerpo que la produjo. Si Newton hubiese vivido en esta época se diría eso de “Grande Newton”, “Crack” “Eterno” y demás gilipolleces tuiteras. Pero Isaac tenía razón esta vez.
Cuando después de numerosas pruebas fue capaz de clavar sus dedos en el cuello, por fin ella pudo ver la sed de venganza y no el deseo. En su intento de ser una sumisa realizó actos execrables, actos que produjeron un cataclismo. En su afán de protagonismo, en ese paroxismo en el que ella había entrado, febril y ridículo, solo contribuyó a que su paciencia, enorme, aún lo fuese más. Aguantó cada envite, cada embestida, cada sacrílego mandato oculto que le fue lanzado desde la catapulta de la ignorancia y el descrédito. Lo aguantó todo mientras se preparaba. Lo conocía todo, cada palabra atribulada, cada mensaje lleno de cinismo y veneno, cada poso de amargura y resentimiento. Cada acto se convertía necesariamente en su contrario, pero fue capaz de soportarlos todos, guardando entre sus puños la energía contraria que se generaba porque sabía que tarde o temprano sería capaz de hacerla explotar.
Hoy era el momento y ella al contrario que él, pensó que había triunfado, que había descubierto que su poder de sumisa era mayor del que pensaba, que su demencia se había transformado en triunfo. Sintió vagamente que su poder era inmenso y había derrotado a un dios. Se equivocaba. Y lo hacía porque era ignorante, malvada e incomprensiblemente despiadada, pero por eso mismo jamás pensó que todo se volvería en su contra. El dolor para ella, imaginario hasta extremos incapaces de discernir, jamás habían sido complacidos, sentía que su tolerancia era extrema y como pudo comprobar, se equivocaba.
Él, ya no era un dominante, era un puto animal con sed de sangre, pero solo la suya. Los gritos y súplicas no le hicieron detenerse, el dolor extremo que provocaba tampoco. Cuando ella a punto del desmayo descubrió que su marca, grabada en la piel con la hoja de un cuchillo era “Serás la perra de todos”, sollozó como una niña. No hubo perdón, solo dolor y vergüenza.
Cada acción tiene una reacción y los actos están condicionados por nuestra forma de actuar. Siempre habrá alguien más hijo de puta que tú. Y ella se equivocó pensando que no sería capaz. Tu mierda te salpicó, le dijo mientras escupía en su marca y cortaba las cuerdas. Espero que tu puto infierno sea peor que el mío. Cerró la puerta mientras las lágrimas se las llevaba en sus botas.