Lamentamos muchas cosas, aciertos erráticos, errores certeros, dolores propios o ajenos pero todas las circunstancias que nos rodean pueden dejarse de lado cuando la sed nos invade. Ese deseo que muchos son capaces de controlar y otros directamente evitan hacerlo, sumergiendo todo su ser en ese oasis de deseo que nunca jamás llega a colmarse. Ya sea por cercanía o por lejanía, por querencia o desapego, tristemente lo excepcional es ese encontronazo cósmico donde la sed de uno se apacigua con el deseo de otro y viceversa. Entre tanto, malgastamos el tiempo en deshacernos de nuestras pieles rotas y desgastadas emulando una nueva cobertura que nos llene, sino de forma plena, que al menos lo aparente.
La sumisión, mucho más en este caso que la dominación, se arrastra corriente abajo por ese desfiladero del deseo incontrolable que solo el dominante es capaz de poner en sus sitio. La guía es tan necesaria cuando no hay una luz que seguir, que cualquiera podría llevar, como a las ovejas al matadero, con golpes acertados aquí o allí para que no se salgan del camino pactado. Pero esto no es así, al menos no de forma rotunda. La sumisa, en sentimiento y acto que aún no ha comprobado lo poderosa que puede ser una mano firme, majestuosa y ruda, se emplea a fondo en captar la atención de todas aquellas que le son tendidas, pero todas iguales. Incapaz de determinar desde un inicio cual es aquella que debe seguir, simplemente canaliza su sed de conocimiento y experiencias vívidas y reales y se embarca en una travesía que con mucha suerte acabará en zozobra y habitualmente en un naufragio.
En otras ocasiones he intentado explicar como puede encontrarse esa mano que pueda arrancarte de esas aguas turbias y oscuras, pero cada vez estoy más convencido de que es improbable que consiga hacerlo. La sumisa se debe a su personalidad y muy al contrario de lo que pueda parecer, ésta debe ser fuerte y tenaz, tanto o más que la del dominante. De esta manera nadie podrá menoscabar su sentimiento ni situación y siempre estará en el sitio que le corresponde. El dominante experimentado podrá observar esto y lo valorará mucho más que si se comportase como una perra en celo capaz de ponerse a cuatro patas con el coño empapado moviendo la colita ante una palabra de él.
Esa sed se apaciguará pero es la paciencia la que te devolverá a un oasis de plenitud donde podrás beber siempre que desees y te lo permitan.