Frente al espejo se sentía bien, firme y sin complejos, avanzando, el mundo en sus manos. Triunfaba. Su nueva faceta descubierta casi sin querer le había proporcionado un poder inimaginable. Quien le hubiese dicho hace un par de años que chasqueando los dedos las mozitas de todo tipo de condición, edad y origen, caerían rendidas y harían lo que siempre había imaginado cuando veía porno alemán. Se metió en el papel y elaboró un cuidado personaje. Se compró trajes, zapatos y corbatas estilosas, se puso un nombre chulo, pegadizo y contundente y se hizo propietario de un montón de frases hechas, recitadas casi de memoria, con mucha solemnidad. Daba charlas y su porte de guapete que se había aplicado en el gimnasio empezaba a recaudar lo invertido.
Julita era mozita en esto del bdsm. Siempre se creyó merecedora de estar sometida a un hombre poderoso, firme, elegante, inteligente y sobre todo sádico. Descubrió muy pronto que la humillación y el dolor empapaba su coño como nada y por eso siempre había buscado hombres que le diesen aquello que buscaba. Pero nunca coincidían todas aquellas virtudes que deseaba. Siempre había alguna o algunas que fallaban mientras otras destacaban. Recordaba como una vez un fulano le hizo tanto daño que dudaba de aquello que una vez le dijeron: el dolor no se recuerda, solo se recuerda que ha dolido y cuanto, pero no cómo. Ese bastardo estuvo a punto de matarla y al pensarlo empapó sus bragas.
Desde hacia unas semanas se había puesto el nombre de él entre llaves en los foros de internet. Se sentía su propiedad y eso le llevó al orgullo. No le importaba que él tuviese a otras siete haciendo la misma gilipollez. Hoy había quedado con él y entonces, por la puerta, apareció a la hora acordada, con un pañuelo blanco sobresaliendo de su americana negra e impoluta. Se sentó en una mesa apartada y ella se levantó, al igual que otras dos mujeres que habían llegado un poco antes y de las que no había reparado. Se sentaron las tres y se miraron entre ellas, sorprendidas. Él sonrío.
Mis perritas, lindas. Eso es lo que sois. Julita, Dorita y Margarita. Estáis aquí para pasar una prueba importantísima. Ellas escuchaban, anodadadas, hipnotizadas por el hecho de que su amo tuviese forma y voz. Hasta ahora todo había sido a traves de internet. Era emocionante y casi no le daban importancia a que fueran tres y nolo hubiese hecho una a una. Por algo sería, todo tenía que tener un motivo.
A partir de ahora, sois hermanas y así os llamaréis, dijo después de dar un sorbo al café solo y cargado que había pedido. Si hubiese podido fumar, se hubiese encendido un puro de cojones porque eso es lo que hace un buen dominante, mientras saboreaba un Macallan de 250 años si lo hubiese. Seréis uña y carne y cuando yo os llame dejaréis todo lo que estéis haciendo para venir a postraros ante mí. Temblaban de emoción y de gustito. Daba igual que una de ellas estuviese casada, otra fuese menor y la tercera estuviese tarada hasta llegar al paroxismo. Lo harían. Vais a compartir mi leche y lo disfrutaréis y desearéis más que nada en el mundo. Os voy a torturar, azotar y jugaré con vuestro cuerpo como se me antoje porque a partir de este momento sois mías. Terminó su café y puso un collar de cuero a cada una, con su nombre de sumisa grabado. Ellas lloraron, de emoción y porque eran gilipollas.
Terminaron en la habitación de un hotel comiéndole la polla entre las tres y tragándose su semen. Se vistió y se fue. Ellas se quedaron sin saber que hacer, esperando. Luego, volvieron a hablar a través de internet, esperando que volviese a recurrir a sus perritas mientras ellas conversaban y se amaban por escrito esperando el chasquido de los dedos de su dios