La cuerda se mecía y silbaba un poco por el roce de la argolla. La barra de acero era firme y la cuerda formaba un triángulo equilátero perfecto. Sonrió al imaginarlo en mitad de una filarmónica, resonando entre las cuerdas de las violas. Ella ahora se balanceaba, con su piel suave y salpicada de lunares, las piernas firmes, los tobillos fijados a la barra. Los brazos estirados y unidos por otra cuerda que se anclaba a otra argolla fija en el suelo. Era una perfecta Y griega con los pezones endurecidos como el marmol.
Mis dedos comenzaron a acariciar su piel y sus músculos se tensaron un poco más. Giré a su alrededor comprobando que todo estaba en su sitio, los nudos eran fuertes y sencillos de desatar. Recorrí su espalda y al sonido de mis botas caminando a su alrededor, se sumó un ligero gemido. Las piernas estaban suficientemente separadas para ver que su coño se abría como una flor, derramando su elixir que empezó a discurrir por su ingle hacia el abdomen. Antes de empezar, le dije que iba a ser una sesión poco habitual aunque el hecho de que estuviese colgada por primera vez no le hizo sentirse incómoda. La cuerda del suelo tenía un nudo corredizo para poder incorporarla de vez en cuando. La sangre acumulada en el cerebro nubla el sentido pero puede acelerar el orgasmo. Llevaba media hora así y casi no había rozado su piel. La desesperación empezaba a inundar sus pensamientos cuando las primeras gotas de su flujo se pararon en los pezones formando gotas de rocío cálido. Brillaban desde su posición, como la gota que queda suspendida del caño de la fuente reflejando su deseo y los latidos de su coño.
Entonces, se precipitaron al vacío. El temblor que produjo mi lengua en su océano, se completó con sus manos agarrando con fuerza la cuerda, tirando de ella, y su espalda se arqueó de tal manera que al no poder cerrar las piernas, su coño explotó en un crisol empapado de calor y lujuria. Mi lengua se paseaba despacio, recorriendo los labios por el exterior, como si estuviese haciendo un reconocimiento de la zona mientras ella, se bamboleaba entre gemidos dispares. Dos humedades unidas y mientras yo saciaba mi sed ella me daba de beber como nunca lo había hecho.
Cuando ella perdió casi el sentido por quinta vez y los orgasmos se precipitaban uno tras otro, sucedidos por los latigazos de la lengua en el clítoris, solté el nudo que le unía al suelo, agarré la cuerda y levanté su cuerpo hasta que pude agarrar la coleta que le había obligado a hacerse antes de colgarla. Tiré de ella, con fuerza hasta que pude darle de beber. Su lengua estaba exahusta, y empapada de saliva que adornó mi polla y siguió haciendo, hasta que llené su garganta mientras ella explotaba por última vez.
Desaté todas las cuerdas y solté los grilletes de la barra. Sujeté su cuerpo cálido y casi inerte y lo mecí hasta que el sueño pudo más que ella. Cuando despertó, solté su cabello y enredé mis dedos en él.