La vida tiene su música se decía. Cada día tiene su melodía, su canción, cada día, aun volviendo a escuchar la misma composición era diferente y las sensaciones, las emociones, también. Le perseguían demonios desde niña, demonios que durante mucho tiempo no supo combatir. Demonios que le atormentaron hasta que se enfrentó a ellos. No necesitó valor, necesito encontrar la armonía que equilibraba su interior. Pero aún así, siempre sintió un vacío. Ella imaginaba que a todos les sucedía lo mismo, y que la vida consistía en eso, en tener el valor de llenarlo y encontrar la recompensa que le permitiría conocerse del todo. Pero los demonios seguían acosando, esperaban, agazapados, oteaban el infinito páramo de su alma hasta que alguna de esas canciones que diariamente los mantenían a raya cambiase las tornas. Aquella tarde, los demonios vieron su oportunidad y ante el olor a sangre se abalanzaron deseosos.

Cuando salió por la puerta, Sylvie comprobó como se alejaba envuelto en rugido ronco y grave del motor y el negro era todo lo que se aparecía ante sus ojos. Demons seguía sonando y se dio cuenta de que aquella canción que adoraba pero no comprendía porqué, cobró sentido. De repente todo su pasado se agolpó en su mente. Las paredes de los baños de multitud, las sabanas sucias de dormitorios desgastados, los oscuros pasillos donde su piel había sido arrastrada, los luminosos resorts donde había sido agasajada, los campos abiertos y frescos donde había yacido hasta la extenuación. Y todo aquello le hizo sentir vacía como nunca lo había estado. Era el sonido de aquel motor, de aquella voz, el olor despiadado que había traspasado la barrera de su aura perfecta la que había destruido todo aquello que había levantado como un castillo de naipes. Sin saber porqué sonrió, quizá contagiada por aquella sonrisa de control o de autocontrol. No podía imaginarse que él ni se hubiese inmutado. No quería imaginarlo.

Volvió a colocarse los auriculares y escuchó de nuevo la canción. Ya no sonaba igual, ya nunca sonaría igual y todo ¿en qué? En apenas diez segundos. Todo había cambiado. Se sintió saltando al vacío y con el aire golpeando su cara y meciendo sus cabellos como pequeños y finos látigos fustigando su piel, sintiendo placer al imaginar sus manos arrastrando su cuerpo casi inerte por el suelo, apretando sus mandíbulas y comprobando como los dientes desgarrando, pueden dar más placer que una lengua hábil en su clítoris. Se mojó en la puerta de la librería mientras el sonido se alejaba o se mezclaba con la música. Ya no sabía.

Cuando llegó a casa se desnudó, se miró en el espejo, se sintió bella y aún habiendo estado con tantos hombres, ninguno había dejado una huella similar al de aquel cuero pasando por detrás de su espalda. Sonrió de nuevo y sin saber porqué. Los demonios no comprendieron nada.