La música sonaba atronadora y contundente. El tequila hacía el resto. Se maravillaba de que casi siempre mantenía los ojos cerrados dejando fluir los golpes bestiales de la batería comprimiendo su pecho. La música y el alcohol tenían una nexo único para ella y en aquellos momentos se dejaba llevar. La música era el envoltorio de su vida y lo que le hacía conseguir olvidar sus fracasos. Entre la bruma alcohólica creyó ver algo que hizo que se parase de golpe, dejó de respirar, y su corazón dio un latido eterno que retumbó en sus entrañas. Creyó verle, sobre el escenario, en trance, pulsando las cuerdas de aquella guitarra que le hizo recordar lo que buscaba en aquella librería. Sintió que aquellas cuerdas metálicas se convertirían en cuerdas de lino abrazando sus extremidades. Entonces la música cesó y las luces se apagaron.
Miró a su alrededor, buscando aire, y un nuevo latido que pusiese en funcionamiento su corazón. Sus amigas bebían y disfrutaban cuando la música atronó de nuevo. En la barra, un nuevo tequila esperaba ser engullido. Lo bebió de un trago y cerró los ojos de nuevo. No creía en las casualidades, la vida le había enseñado que nada es lo que parece y que el destino era una mera invención del hombre para intentar dar respuestas a los sucesos que le acontecían y no podía controlar. Pero aquello escapaba a su comprensión. Unos segundos en una librería no podrían ser capaces de semejante devastación interna. Entonces el olor a cuero y polvo recorrió su mente y ahora si vislumbraba las manos por las que en ese momento se dejaría mancillar. No había ningún atisbo de duda. Entonces abrió los ojos, sonrió y decidió esperar en que acabaría todo aquello. Nunca había tenido deseos de acelerar ninguna situación, excepto esta vez.
En la parte de atrás se arremolinaba la gente, entre copas en vasos de plástico y el humo del tabaco vio como se acercaba a su moto. Antes de que diese un paso ya estaba rodeado. Sintió unos celos ridículos pero no dejó de mirar. Él, hablaba mientras se ponía la cazadora de cuero y se atusaba la barba. Seguía teniendo ese aire polvoriento tan extraño cuando se dio cuenta de que sus ojos estaban clavados en los suyos mientras aún hablaba. Sin darse cuenta bajó la mirada, no por pudor, no por miedo y no entendió el motivo. Nunca lo había hecho. Vio sus botas junto a sus tacones y de nuevo su voz inundo su mente. Levantó la cabeza y miró sus ojos, extraños, oscuros. No vio nada, ni fuego, ni frío, ni ánimo, solo nada. Lo presintió como la cerradura perfecta y sintió que era ella la llave. Se equivocaba, con el tiempo descubrió que era otra cosa mucho más importante.
Cuando fue consciente, estaba al final de una barra compartiendo tequila con un desconocido que había hecho más en un instante que todos los hombres que había conocido y aún así el respeto era tan abrumador que era incapaz de mirarle a la cara. Solo las manos, que se movían como si estuviese ejecutando arpegios con una lentitud abrumadora. Sin anillos, sin pulseras, los brazos tatuados, su aspecto desafiaba sus palabras, serenas y firmes. Era todo un enigma allí en la barra.