Conocía sus decisiones antes de tomarlas, sabía que cada acción conllevaba una reacción brutal y sorprendentemente desgarradora, detestaba y adoraba el uso que hacía con tres de las esquinas de la cama, pero siempre volvía una y otra vez porque anhelaba descubrir lo que se encerraba en su cabeza en relación a la cuarta, ese lugar completamente ajeno a ella y que después de tanto tiempo no había conseguido desentrañar. Todo dependía del momento y de como ella llevaba ese tira y afloja que resultaba tan divertido a veces, consiguiendo con mucha naturalidad que sonriese iluminando todo su ser. No había nada más preciado para ella que conseguir aquello tan arraigado en ese semblante sobrio y rancio a veces. Era no solo un triunfo sino una forma de estar más cerca de él, aunque para ello a veces tuviese que pasar por algunas penalidades. Pero las esquinas, esas tres esquinas, tenían un significado tan extraño, tan extraño.

Lo descubrió la primera vez que desobedeció una orden tan simple como ven aquí. Aquella vez, las ataduras fueron más fuertes que nunca, la cuerda dejó de ser de algodón para convertirse en cáñamo, el roce, doloroso, más que nunca sin ser insoportable. La tensión enorme para lo que estaba acostumbrada. Después la mordaza que llenaba su boca haciendo que salivase y así el podía jugar con el hilillo que se formaba en el centro de su labio inferior y que a veces se prolongaba como una cuerda más hasta llegar al suelo. Después el dolor, agudo y tormentoso que actuaba como un rayo en cada centímetro de su piel, que terminaba malherida.

En cambio, el centro de la cama, era como el ojo del huracán, donde una calma inusual le permitía reposar después de la tortura del dolor y el placer extremo, donde él cuidaba de ella, donde con grata sorpresa se sentía segura y donde siempre querría regresar. Pero de repente, no bajar la mirada suponía visitar otra de las esquinas, en la que la piel se resentía de otra manera, donde el látigo, la fusta, la vara o las propias manos se dedicaban a convertir su cuerpo y su piel en el comienzo continental de una nueva pangea, quebrando el continente y derivando los trozos a sitios nuevos y hermosos. Pero era tan doloroso que solo la recompensa de la salvaguarda del centro de la cama era meritoria para soportarlo.

Y luego, como sin querer, pero haciendo mucho esfuerzo en quererlo, le hizo de menos y descubrió lo absurdo de todo aquello al verse colgada, estirada, maniatada, ultrajada solo por sus dedos, usada como un juguete, como una muñeca, despreciada en lo mental y en lo físico y descubrió, atónita, que aquello le llevaba al éxtasis más extremo, y a él le observaba encantador en su brutalidad, con los ojos inyectados en sangre, consiguiendo que saliese su lado más sádico y que solo ella podría contemplar. Se extrañaba como el dolor le podía de llenar de felicidad y ésta a su vez, de un placer inmenso cuando descubría su sangre fluyendo solo para él y por él.

Sin embargo y por mucho que lo intentase, no conseguía abrir aquella cuarta esquina, destinada a no sabía que pesarosa tortura y que no hacía nada más que dar vueltas en su cabeza. Lo intentaba una y otra vez y solo conseguía marcas perpetuas y orgasmos incandescentes, lágrimas sólidas de pasión y gemidos que se convertían en plasma iridiscente. Enséñame aquella esquina, le dijo por fin. Él sonrió y asintió. Le llevó hasta ella e hizo que se arrodillase.

Lo hizo sin miramientos, al instante con la mirada gacha y una disposición enternecedora. Cuando ella estaba ya colocada, preparada para lo peor, sintió como su enorme cuerpo hacía lo mismo y se arrodillaba frente a ella colocando las palmas de sus manos sobre el dorso de las suyas, que estaban sobre sus muslos como había aprendido. Ella alzó la mirada, asustada y sorprendida y le vio frente a frente, sonriendo más que nunca, satisfecho intuyó. Podrías pensar que eras mía, pero algo dentro de ti te decía que no lo eras, no del todo. El camino se ha hecho largo a veces, doloroso otras, pero siempre pleno, dijo sin dejar de sonreír.

Ahora, has completado el camino, pero hay más esquinas que doblar. Esto solo ha sido el principio de lo que signo a pertenecer a alguien. No lo olvides.

El dolor se pasa, se dijo y esta sonrisa ya nadie podría arrebatársela.