La primavera hace florecer no solo las flores, los sentimientos o las emociones. La tristeza puede someterte a tormentos insufribles. Se desató como cualquier riña, sin ningún ánimo de perturbar más de lo necesario pero ambos se dieron cuenta de que igual que todo había llegado se estaba diluyendo como la sal en el agua, sin dejar rastro, ni color, tan solo un sabor despreciable que se acentuaba en el fondo de la garganta. Se miraban de lejos, ella con ganas de arrodillarse y suplicar porque estaba sucediendo aquello y él, violento, con ánimo de descargar su furia en aquel frágil cuerpo que tantas veces había poseído.

Abril era un mes especial, especial en casi todos los ámbitos que ambos conocieran. Un mes en el que cada uno de sus días habían sido refugio de sus desatadas perversiones, donde conocieron con vehemencia lo que el uno al otro podría ofrecer y recibir. Todos aquellos días les hicieron enormemente fuertes y peleones. Cada batalla se convertía en victoria y derrota, donde las ataduras, las cadenas, los azotes, las inmovilizaciones cobraban un nuevo sentido para ambos. Fue un duro aprendizaje para ella. Fue un duro desafío para él.

Ella estaba descubriendo la maravilla de contener esa sumisión que tantas veces habían desaprovechado y despreciado y como algo nuevo, como un regalo, abrirla para comprobar la hermosura de su interior. Él estaba descubriendo como aquella sumisa le hacía ser mejor dominante, tan fácil parecía que muchas otras veces pensó que lo que antes había experimentado, esa dificultad propia del control y la educación se enfrentaba de pleno con la suavidad de aquella piel encaminada hacia la perfección.

Retozaba sin darse cuenta entre el dolor que infligía y los sedosos cabellos oscuros y rizados como laberintos, donde sus dedos se perdían como en los bosques tenebrosos de los cuentos, esperando asustarse por algún magnífico monstruo que terminaba convirtiéndose en sus propias manos jadeantes al golpear la carne firme de sus nalgas. Otras veces, eran las bofetadas las que dejaban inerte sus labios para terminar manando de ellos la saliva, líquida como el agua cristalina. Retorcía los pezones con tanta dureza que los gritos se convertían en lluvia primaveral que daban vida a su polla, que restregaba por su aniñada cara como intentando borrar ese gesto infantil e inocente. Pero el sabía que ni era inocente y ni era excusa.

Ella recibía, con los brazos abiertos aquel maná prodigioso de violencia contenida en aquellas palmas, estableciendo el vínculo que solo un hombre puede hacer con la tierra bañada por el sol y que adora para que el trigo aparezca, brillante, dorado y listo para convertirse en el verdadero alimento de su vida. Los orgasmos eran sinfonía donde el dolor era la armonía que unificaba todo y la melodía, los movimientos y acciones que él era capaz de proporcionarle. Y después de todo aquello, era el rocío de la calma y La paz lo que envolvía todo aquel deseo, placer y dolor.

Pero todo acaba, o se difumina en el tiempo porque somos incapaces de perfilar ese bosquejo infinito. Esa imagen perfecta, se pierde en el tiempo porque aunque los sentimientos y los deseos, porque las sensaciones y los efectos son similares o incluso más potentes, nuestro entorno cambia y nosotros, somos incapaces de no hacerlo con él y ellos, nunca supieron entenderse en un plano diferente al físico y sexual. Se entregaron tanto el uno al otro que evitaron hablar y solo sintieron. Y sintieron tanto que al finalizar abril ya nada había que decir porque nunca hubo nada dicho.

Se miraban, se amaban, pero jamas fueron capaces de hacérselo entender el uno al otro. Abril terminó y el estío se acercó tocando el hombro de ambos, que se dieron la vuelta y jamás volvieron a encontrarse en primavera.