La camisa de cuadros azules se ceñía con poco esfuerzo en su figura estilizada. Llegó sola y todas las miradas se clavaron como finas y punzantes agujas. Pocas veces sintió de manera tan física un escrutinio semejante. Sin compañía por culpa de que a última hora sufrió un plantón que empezaba a pensar le pasaría factura. La fiesta no era algo a lo que estaba poco habituada pero siempre había ido acompañada, algunas veces por un dominante con el que tenía cierto vínculo temporal pero nunca afectivo, otras simplemente por amigos que simplemente hacían de salvaguarda. Supuso que el cabreo por el plantón le hizo aventurarse en aquella situación de la que empezaba ya a arrepentirse.

Poco tardaron los buitres a rondar a su alrededor, muchos de ellos de manera tosca y provocativa, asegurando entre dientes lo que eran y que cojones hacía allí sola y que casi por aquello debía plegarse sin ningún tipo conciencia a los que ellos ordenasen. Entre el estupor y la incredulidad, sonreía con bastante aplomo, sin dejar de recordar ciertas palabras que alguna vez le dijeron o quizá leyó, aunque no lo recordaba bien.

No bajes la mirada ante nadie que no sea tu verdadero señor o éste te diga que lo hagas, jamás. Ese respeto hay que ganarlo, no se regala. Eso es lo que una vez creyó entender y eso hizo. Claro que eso le granjeó ciertos comentarios bastante desagradables a los que con mucho gusto hubiese respondido con algún golpe o insulto. Daba lo mismo. Se pidió un Glenfidich y lo bebió con calma y paciencia como también alguna vez había aprendido. Se paseaba por cada una de las salas, desoyendo invitaciones y observando con deseo algunas situaciones. En aquel potro donde una chica lo suficientemente joven como para tener la mayoría de edad recién cumplida y que era sodomizada por cuantos hombres se acercasen, mientras ella, atada de pies y manos mamaba las mismas pollas que antes habían estado en su culo. Absorta en los Glory Holes, donde inhiestas vergas sobresalían con saliva y semen aún goteando y lenguas recogían entre gemidos de placer por aquel elixir desconocido y que saboreaban como si fuese la última vez, una maná de dioses que a ella se le antojaban caídos.

En ocasiones le rozaban el trasero y otras, dedos expertos y juguetones se empapaban en sus labios hinchados y que arrancaban algún que otro suspiro de deseo aunque lo controlaba. El Glenfidich se estaba agotando y su paciencia ante el acoso también. Para aguantar bien esto, bebe mejor de aquí, escuchó entre la bruma de los efluvios del deseo y los flujos. Vio una mano firme que agarraba un vaso ancho y que extendió hacia su pecho. Sin saber porqué, no preguntó, cogió el vaso y se bebió de un trago el contenido. Que locura se dijo, cuando él, con tono socarrón le espetó, sólo es bourbon y con eso ya tienes la suficiente droga, no era necesario meter más. Se giró y se fue. Se quedó mirando sus espaldas, los anchos hombros que formaban un triángulo con sus caderas. Los vaqueros desgastados se perdieron en la oscuridad de otra sala. Dudó en seguirle durante unos instantes.

Cuando unos dedos apretaron su culo con furia, ya había tomado la decisión y de un manotazo certero apartó la garra que se clavaba en sus nalgas. Se encaminó hacia la sala que estaba delimitada por una cortina gruesa, de una especie de fieltro que había vivido mejores épocas. Cuando las apartó, observó como los colores del neón iluminaban toda la sala. Unas puertas, rodeadas de luces de color flúor, amarillas, rosas, naranjas, verdes, azules, hasta siete logró contar. En el centro una copa de balón gigante con siete bolas de un mismo color. Entonces, una voz crepitó por los altavoces:

Bienvenidos a las siete puertas, donde tras ellas se esconden las mayores perversiones y depravaciones así como los mayores placeres que jamás se podrá imaginar. La voz, algo añeja continuó, solo siete mujeres, solo siete opciones, desde animales, multitudes, ancianas vidas desgastadas, dóminas y sádicos, torturas salvajes y también, cómo no, la mayor y mejor de tus fantasías. ¿Quién está dispuesta a jugar?

Se sintió fascinada y aterrada al mismo tiempo. Quizá si estuviese acompañada, quizá. Entonces la misma voz que antes le entregó el vaso se convirtió en la voz de sus deseos. Prueba, quizá tengas suerte y tengas aquello que más deseas, o quizá todo lo contrario, pero ¿no es así la vida?
Contrariada, hipnotizada, quién sabe, vio desde fuera como su mano, sin ningún control se introducía en la copa que hacía las funciones de urna y agarraba una de las bolas. El número siete, color naranja. Se giró, pero aquel hombre ya no estaba.

La voz añeja volvió a crepitar. ¡Enhorabuena! quizá tengamos suerte de que lo que haya detrás de esa puerta podamos verlo todos. El miedo se apoderó de repente de ella, dejándola inmóvil, casi inerte. La puerta se abrió y sintió como la empujaban dentro de una oscuridad desgarradora.

 

Wednesday