Que sonase Blackout de Scorpions no era una mera coicidencia. La piel cálida se estaba enfriando despacio y la oscuridad en la que estaba sumida cada vez era más profunda. Sentía las manos rozando ligeramente en su espalda mientras se iban elevando, atados con fuerza en sus muñecas. Nunca lo había hecho tan despacio cuando podía observar como moldeaba su cuerpo con las cuerdas. Ahora era tan lento, ralentizaba cada moviento tanto, que sin darse cuenta se llenó de ansiedad. Él lo supo, y aprovechaba para hacerlo aún mas lento. Ella agudizaba el resto de los sentidos. La piel buscaba estímulos como los girasoles buscan la luz y entreabría los labios como si con ello pudiese encontrar algo que suscitase más emoción a aquello. Las fosas nasales se abrían y respiraba como él le había enseñado, lenta y profundamente. Se maravillaba de los matices que percibía, podía saber aproximadamente donde estaba cuando no tocaba su piel y no hacía ningún ruido. Le suponía observando, impasible y ella recibía una descarga que partía su cuerpo en dos. La imaginación era tan poderosa en aquellos momentos, que ni siquiera la posibilidad del miedo tenía cabida.

Porque ya no había miedo. Siempre temió los castigos, siempre pensó que su rebeldía le traería mucho amargor. Que sus caprichos infantiles, sus reservas y enfados ridículos serían un estigma para ella y un escollo insalvable para él. En aquellos días, sí había miedo, y también represión. Ella misma se lo hacía. Pero él solo sonreía cuando se comportaba de manera retraida sin darse cuenta de que hacía ya bastante tiempo que sabía como era. ¿Por qué te comportas así? le dijo un día mientras sentados tomaban café. Ella no entendió la pregunta o al menos no a que se refería. Te frenas, le dijo ante la cara de extrañeza que puso al ser preguntada. Ella lo negó, mas por desconocimiento a lo que se refería que a la certeza.  Pero él no dejaba de sonreír, siempre lo hacía, bajo esa seriedad impertérrita. Tienes miedo, miedo a comportarte como eres, miedo al castigo por la desobediencia, al error. Sin embargo, tienes miedo a ser tú misma. Y lo que deberías pensar muy seriamente es que sentido tiene que quieras ser mía sin ser tú misma.

Ese pensamiento le rondó durante muchos días. Y aún así seguía teniendo miedo de fallar, de no ser quién él esperaba que fuese. No tardó en comprender el error de su propuesta cuando le llevó a un estado en el que ella se rebeló, se revolvió, se enfrentó y entonce,s el miedo no se transformó en dolor, sino en lección. Tú personalidad, tú rebeldía, le dijo mientras sujetaba el cuello con una mano, es lo que te hace ser lo que eres, lo que debo enseñarte a controlar, lo que debo enseñarte no para reprimirlo, sino a potenciarlo como algo maravilloso. Tu no eres mi perra aunque te comportes como tal cuando yo lo desee, eres una diosa que se postra a mis pies porque desea hacerlo. Si tienes miedo, miedo a equivocarte, miedo a contradecirme desde el sentido común, cuando salgas por esa puerta no vuelvas.

Olía bien, olía a sexo y a violencia, a pasión y sudor, a cuerda, cuero, humedad, calidez. La piel se erizaba al sentir el viento, el aliento y la luz. La saliva encontraba sabores en el aire y los disfrutaba. Cada impacto, cada dedo marcado en su piel latía con fuerza y dolor placentero y mientras la música sonaba, seguía dándose cuenta que incluso a ciegas, estaría donde él dijese, porque ya no tenía miedo.