A veces, las cosas acaban.

El dolor se acentuaba con sus silencios más que por sus golpes, por sus agravios más que por su violencia. El dolor físico era tolerable, a veces incluso placentero, pero cuando se equivocaba, cuando cometía el estúpido error de malinterpretar las cosas, cuando los celos arremetían irremediablemente en sus actos y la furia desatada poseía sus acciones, entonces, él se transformaba en aquello que más odiaba. Los silencios eran tan retorcidos, tan agresivamente salvajes que prefería mil veces sus gritos aunque siempre los contuviese. Prefería sentir su sudor goteando mientras se empleaba a fondo con el cerezo, o la presión de los grilletes en las muñecas y en los tobillos aunque desollasen su piel hasta hacerla sangrar. En cambio, esos silencios, quemaban como el acero blanqueado por el calor infernal de las ascuas.

A estas alturas ella ya sabía el motivo, desde el primer momento incluso cuando por su cabeza pasó el primer pensamiento que no pudo controlar, sabía que esto sucedería. Pero allí estaba, sentada, ni siquiera le había atado, ni amordazado, ni desnudado. tampoco hubo humillación aunque ese no fuese su estilo, simplemente se sentó frente a ella, inmóvil e impasible como una estatua puesta ahí por algún motivo. Sentía deseos de gritarle, o alzar un poco la voz, desahogarse y pedir perdón pero no podía alzar la mirada. Se sentía tan avergonzada que prefería quedarse y esperar lo que el decidiese. Los minutos eran recorridos con parsimonia inusitada por el segundero de su reloj. Notaba cada tic, cada tac, desplazándose a saltos sin que nada ni nadie pudiese parar ese bailecito acompasado. Él en cambio se acariciaba la barba, casi la mesaba fruto de la rabia contenida. Nunca le había visto así.

Habló, tembloroso como nunca antes lo había hecho. Jamás le sintió titubear como ahora. Apretaba los dientes con tanta fuerza que chirriaban entre palabra y palabra y se mezclaban en un sonido que se hizo ensordecedor. Solo cuando dijo:”Vete, no vuelvas más” el silencio lo acaparó todo, el frío lo heló todo y el llanto se secó como si la aridez de aquellas palabras fuesen un todo absoluto. Ella intentó hablar, no pudo, intentó gritar, no pudo. Las lágrimas asomaron como un flujo caudaloso que lo regó todo. Entendía el motivo, la lucha diaria que tuvo que tener con ella, la calma que le transmitía y que solo ella disipaba con un gesto de la mano y miles de comentarios dudosos sobre sus actuaciones. Ni siquiera en las sesiones era capaz de relajarse y él, se cansó.

Vete, repitió, sin siquiera levantarse, sin dejar de acariciar su barba. Acabó de la peor manera y le empezó a echar de menos de la mejor manera posible, de rodillas ante él.