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Se presento juvenil y pizpireta, con los labios rojos, carnosos, apetecibles y unos dientes perfectos, blancos y relucientes. Tuvo la decencia de no pintarse como una puta y se veía hermosa y lozana, feliz. Ella lo sabía y lo utilizaba siempre, al menos eso intuí. Conmigo, los truquitos de jovencita no tenían mucho sentido. Tanto leer Lolita ha causado estragos. Su intención era clara, quería jugar, sentirse una muñeca en manos de alguien poderoso pero ella, muy al contrario de eso, tenía la actitud de alguien que cree que sabe lo que hace y que puede controlar la situación porque su cuerpo, su cara y su coño fresco se lo permite. Me miraba con cara de vicio y cuando se mordía el labio creía que yo por dentro me moría por follarla.

Cuando recibió el primer azote y gritó, comprendí que era mejor atarla. No puso reparos, quería experimentar y tener nuevas y emocionantes sensaciones. Coloqué su cuerpo sobre mis rodillas y le susurré, aprende esto. Otk. Me miró como si le estuviese hablando en suajili. Sobre las rodillas le dije, las siglas en inglés. Le levanté de nuevo la falda y subí sus muñecas hasta los riñones. Como un martillo empecé a azotar su piel y los gritos empezaron a hacerse más y más sonoros. Cada cierto tiempo, acariciaba la piel enrojecida y por sus lágrimas, ardiente. El orgullo juvenil, ese que te dice que eres capaz de aguantarlo todo, resoplaba y se enjugaba las lágrimas con el propio llanto.

Cuando terminé, sabía que no podría sentarse en un par de días y se acordaría de esto durante un par de semanas más. Me levante y me follé su precioso trasero, duro y torneado. Ya no sintió dolor.

Se despidió con un abrazo y todo recuerdo de aquella cara que vino a mí, había desaparecido. Aprendió la lección. No volvió a jugar conmigo nunca más. A partir de ese día, y cada vez que venía a mí, me ofrecía su trasero, que seguía moldeando para ello y que yo disfrutaba sin miramiento. Su culo era mío y ahora, también su juventud.

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