No sabía hacerlo de otra manera. Lo intentó en innumerables ocasiones, rebajó la intensidad, acarició hasta que la piel le dolió. Lo intentó, de veras que lo intentó. Cuando se sentaba y cerraba los ojos intentaba escuchar los latidos de aquel corazón en la distancia, imaginaba como el sonido rítmico viajaba cientos de kilómetros hasta que se acomodaba en la resonancia de los recuerdos. Cerraba los ojos entonces más fuerte si cabe, sintiendo como el dolor se propagaba desde los párpados hacia los globos oculares. Luego se daba cuenta de que se mordía tan fuerte los labios que la sangre comenzaba a brotar y el sabor metálico lo impregnaba todo. Entonces los abría, inyectados en sangre y cierta desesperación. Lo intentó, de veras que lo intentó.

Había quemado todo, pero siempre de los rescoldos aparecía su piel escrita y los dedos pasaban de manera imaginaria por aquellas letras que adornaban su piel. Entonces escuchaba la voz suave acariciando sus mejillas, los ojos intensos y entregados cuando las cuerdas se cerraban alrededor de sus pechos. Luego sentía que se elevaba sobre las puntas de los pies descalzos y entreabría la boca a la espera de la saliva. Cuando escupía, ella recogía con aquella pequeña lengua las gotas de su barba. Él sonreía y ella gemía porque ya todo era un recordatorio. La rojez de la piel abofeteada, las mejillas congestionadas y el culo amoratado eran bienes preciados para ella, una chequera a la que acudir siempre que necesitaba costearse un viaje de emociones intensas. Y cuando el viaje se acababa, comenzaba la deuda.

Los días de pagar deudas se habían acabado, ahora sólo quedaba un solar en el que poder transitar con los brazos en la espalda intentando descubrir porqué el amor es tan esquivo y no depende de las personas. A fin de cuentas, estas simplemente son recipientes de emociones que otros ponen en ellas y cuyo destino está ligado a otras circunstancias de las que somos incapaces de escapar y ni siquiera controlar. Ese tránsito es una penitencia por estar siempre dónde no debemos y si en el improbable caso de que coincidamos como una alineación imposible de astros, es seguro que el amor nos guiñará un ojo y nos saludará dejando claro que como siempre tiene otros planes.

¿Cuánta verdad hay en los recuerdos? Ninguna a buen seguro, no son más que retazos incómodos de nuestra vida pasada que no tienen ni valor ni peso. Así, las cuerdas siguen anudadas a sus ganchos porque quizá en algún momento, se pueda volver a aprender a amar y este ciclo comience de nuevo.

Wednesday