Desde fuera todo parecía caótico. El cáñamo fino y enredado se esparcía y llenaba el suelo de la habitación cubriendo prácticamente toda la superficie y dejando sólo algún que otro recoveco en el que se podía apreciar la desgastada y añeja madera. El largo hilo se entrecruzaba en sus pies descalzos mientras ella mantenía la espalda recta y firme al tiempo que se mordía el labio inferior. Los dedos trabajaban despacio, las muñecas giraban con precisión cuando hacía una lazada y el aliento regular y profundo calentaba sus tetas. Ella miraba sus manos, miraba el hilo, miraba sus pies y luego vuelta a empezar. Estaba tan cansada que las lágrimas se asomaban en el puerto de sus ojos como la marea alta que mece los barcos en el atardecer. Luego los cerraba con fuerza para contenerlas y volvía a empezar.
El tiempo allí transcurría de manera diferente, el sonido del roce, la tos suave y el chasquido de la lengua se amortiguaban por esa ensoñación que había tenido desde hacía mucho tiempo, desde que le conoció, desde que sintió sus dedos recorriendo su piel y entrando en el fondo de su memoria. Aquel hilo fino, raspaba igual que el grueso, el cáñamo tenía esa particularidad en su piel, la irritaba de tal manera que luego las marcas podían permanecer casi indelebles durante semanas. No necesitaba que rozase con fuerza ni que apretase su carne con contundencia. Tan solo el tacto hacía vivir su piel como nunca lo había hecho.
Allí estaba él creando figuras geométricas dentro de otras, como una araña tejiendo su red y ella, la presa, vestida maravillosamente para la ocasión con su pálida piel como reclamo, lamiendo sus labios para que no se secasen y pensando en su barba arañando los labios de su coño empapados desde que sacó el hilo y lo puso sobre el suelo. Él lo sabía, ¡claro que lo sabía! por eso esperaba y retrasaba lo inevitable y por eso ella aguantaba porque de una manera o de otra, lo que fuese a suceder siempre sería infinitamente mejor de lo que pudiese imaginar.
Luego, cuando terminaba, pasaba despacio los dedos por cada centímetro del hilo, acariciando con delicadeza los pezones mientras en sus ojos sólo veía como se los retorcía con fiereza y sin piedad. Era cuando la sangre brotaba de su boca y se deslizaba por la comisura de los labios y goteaba en sus pechos manchando irremediablemente la cuerda. Él lamía entonces la cuerda primero, esparcía la sangre por la piel del pecho y terminaba por morder en el mismo lugar que ella lo había hecho. Luego sonreía saboreando el cálido y viscoso líquido.
Antes de que se desatasen todos los infiernos se sentaba frente a ella, cogía su libreta y hacía un pequeño bosquejo de la figura que había creado apurando en algunos detalles y dejando en otros trazos toscos e inacabados. Por último, tirando de su coleta la arrastraba hasta el espejo y dejaba que se mirase, hermosa, enorme, sangrienta y mojada y ella se veía preciosa e irremediablemente entregada. Ninguna seda podría vestir su cuerpo como el bramante, pensó en el momento en el que los dedos se hacían hueco en su coño de manera feroz.
Wednesday