Nuestra RAE nos dice que un manual es un libro en que se compendia lo más sustancial de una materia. Y claro, cuando hablamos de lo sustancial imaginamos que se trata de lo más importante, lo esencial, lo que todos debemos tener en cuenta. Manuales escritos, bien. Pero, ¿y los no escritos? o ¿los escritos por quién? ¿Qué nos hace pensar que lo que está escrito es lo adecuado, o al menos lo más adecuado para uno mismo? Tampoco es cuestión de desvirtuar esas reglas. Para algunos o para muchos son dogmas y cualquiera que intente desmitificarlas es más que nada un hereje. Pero como se decía en aquel anuncio, a mi plin.
Las sumisas leen, faltaría más y leen más que los dominantes porque estos creen habitualmente que ellos no lo necesitan porque ya tienen lo que han de tener. Y el exceso de información nos nubla tanto como la carencia de ésta. Las sumisas leen lo que otros, dominantes en este caso escriben. Y el problema, si es que en algún momento puede llamarse así, no es que lean esto, sino que lo hagan de aquellos que no tienen idea de por donde sopla el viento del bdsm. Sí, también lo voy a escribir en minúsculas. Cuestión de vicio.
Como se puede comprobar leyendo este blog, cualquiera puede escribir. ¡Faltaría más! Y todas las palabras pueden ser tomadas como certeras desde el punto de vista adecuado. Lo sorprendente es cuando se habla de odas al viento sin ningún tipo de rigor a sabiendas de que el receptor se va a tragar cualquiera de las cosas que podamos decir. Apostillando claro, con ese rotundo, “lo haces porque yo te lo ordeno” que nos vale para un roto y un descosido y salir del paso de algo o sobre algo a lo que difícilmente podríamos dar una respuesta con criterio e igual de contundente.
Aquí entran en juego las parafernalias, vistosas y que sin ellas, cualquier dominante ramplón sería un sencillo mequetrefe, y las consignas a medio camino entre machito de bajá estofa y poser con poco estilo. Cuadras y cuadrillas, rebaños y perreras, refugio donde acometer tropelías sin parangón. Y no voy a ser yo quien diga esto en voz alta porque en algún momento he cometido el mismo error, a sabiendas de que lo era. Al menos en mi descarga puedo decir que el lenguaje utilizado no era demasiado animal. “Ahora ya eres mía” le dijo él solemne a través de un chat. “Te entrego por tanto el collar” el mismo que se ha repartido como si polinizase la red y te postrarás byte a byte ante mí.
La ironía es necesaria, de otra manera no podríamos exponer lo ridículas que son las normas de la sumisa de manual.
Wednesday