Nos gustan los rascas, esos papelitos que esconden un Sigue probando y en los que podríamos pasar horas intentando buscar ese premio que se escabulle como los peces fuera del agua. Por suerte para las sumisas no hay que rascar ningún papel para encontrar un dominante. Tan solo con decir que una es sumisa se plantarán ante ella numerosos personajes apodados amos que harán las delicias de su piel y su carnoso y húmedo sexo. Porque el dominante sabe perfectamente que cuando dice lo que es, la sumisa poco menos que se corre de gusto solo de haberle escuchado. De esta manera ya tenemos dos personajes bien delimitados, dominantes y sumisas. Pero como los papeles cinematográficos, no todos los papeles tienen la misma profundidad, profundidad que se lo da el guión y desde luego los actores.
Pues en esto de la dominación y la sumisión los actores son malos, tirando a mediocres. Envueltos en un montón de tópicos que sueltan como cuando uno juega al cinquillo, intentando mejorar la partida y que la sumisa quede definitivamente atrapada en su red. Lo sorprendente es que cae. Aquí, sinceramente, no sé que puedo añadir porque se me escapa de una manera absoluta. Supongo que como se suele decir también, tiene que haber gente pa´tó.
Y ante tamaño despliegue, donde aparecen trajes, zapatos italianos, fustas a medida con piel de vacuno de una zona remota del norte de Irlanda, trabajos estupendos y enigmáticos, empresas y subterfugios varios, se esconden estos dominantes que lo más arriesgado que han hecho jamás ha sido usar el Wi-Fi de un Starbucks. Y tras ellos, las incautas y creyentes sumisas que lo máximo que habían aspirado en su vida había sido un tirón de pelo y un empotramiento en una pared. Es entonces cuando aparecen las bestias y ese escondido dominante aprovecha la coyuntura para despojarse de su piel de cordero y sacar la mala hostia que lleva acumulada en su puta vida y descarga con fiereza golpes certeros en el alma de la sumisa, destrozando toda posibilidad de que ella, sea capaz de sentir en realidad lo que anhelaba. Y todo se cierra con un “te callas la puta boca, perra. Yo soy tu amo”.
Y ese liberador se convierte en lado oscuro de la dominación. El dominante, la luz y la guía de la sumisa, el compañero por el que daría absolutamente todo, por el que dejaría de respirar y al que acompañaría por siempre por este camino tortuoso, se ha convertido en un pozo de mierda nauseabunda que posibilita la recolección de otras como ella, para jugar a las casitas del bdsm.
Un dominante para gobernar a todas.
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