La gente no brilla, ni en general ni en particular. El raso dibujaba caricias en el rostro mientras respiraba su propio aliento rebotado de la pared. Podía saborear la pintura y el yeso y con las manos, la rugosidad y las imperfecciones. Todo se convertía en una pastosa humedad al fondo del paladar. El cuerpo pesado se apretaba en la espalda mientras los brazos recorrían ese camino hacia el cielo que tanto placer le reportaba. Por abajo, las botas chocaban con los tacones y el cinturón ya no podía disimular lo evidente. Luego el frío acero cortando la ropa, la rabia y la excitación y la voz, rugosa como la pared recordando lo tormentoso que era todo aquello.
El verano ya estaba lejos y las risas de aquellos comienzos se habían apagado en los gemidos del otoño para despuntar en los llantos del invierno. El frío era desolador en aquel lugar y aunque protegido del viento, lo gélido se acostumbraba a punzar los pezones. Eso él lo sabía y se quitaba los guantes negros para retorcerlos a conciencia mientras con la otra mano ahogaba el grito con la piel oscura. Luego, pasado el dolor, lamía los dedos enfundados y deseaba con todas sus fuerzas que bajasen con rapidez a comprobar que el frío no había llegado a todo su cuerpo.
Ya casi en invierno le seguía diciendo que la gente no brillaba, ni en general ni en particular. Que buscaban la luz en minucias y asuntos ridículos, en pieles extrañas para intentar llenar vacíos que eran irremplazables mientras con el filo recorría la columna, desde la nuca hasta la rabadilla. Tan cerca de la pared, con los ojos tapados, había dejado de pensar mientras sentía los dedos enguantados horadar su coño hasta hacer que se pusiera de puntillas. ¿Para que necesitaba el brillo de la gente si tenía la ceguera temporal temblando entre las piernas, el frío metal a su espalda y la rugosa voz rebotando de un lado a otro mientras mordía los dedos, la piel negra y los gemidos ahogados?
Wednesday