Cualquier mirada esconde montañas de incertidumbres, de miedos y de rencores. Esas mismas miradas reflejan la ternura y el amor, la pesadumbre y el desgaste del peso del tiempo. Miradas que han visto heridas abrirse y cerrarse casi al mismo tiempo, incendios que han consumido entrañas y ríos de lágrimas, saliva, semen y flujo. Cualquier mirada no era como la suya porque la suya eclipsaba los sonidos, apartándolos de un manotazo para flotar alrededor formando una sopa espesa que dejaba fuera todo aquello que no les servía.
El calor, el ardor, lo sentía en cualquier cosa, en la cuerda rozando hasta el desuello, el filo del acero abriendo un canal para que la sangre templada hirviera al contacto con la piel, el acero romo que se transformaba en plasma incandescente cuando lo sentía mientras se abría paso entre las piernas. El aire que respiraban entraba rápidamente en combustión cuando el pelo se enredaba en su muñeca y con una perfecta tensión conseguía arrastrar el cuerpo por el suelo de madera. La suela de las botas chirriando bajo un pavimento empapado que luego secaba en sus pechos como una extraña bienvenida a su hogar. A veces era su felpudo, otras la pared en la que desatar sus frustraciones, la almohada donde exprimir sus lágrimas. O el cristal donde dibujar con la lengua bajo el vapor del agua y las gotas perladas mensajes de amor tan insignificantes que hacían que su corazón se parase.
Para siempre, para siempre. Y sonreía mientras gemía, o sacaba la lengua intentando beber cualquier cosa que saliera de su cuerpo, de su boca y de su vida. Le abrazaba cuando dormía profundamente con el miedo atenazando las piernas que se cerraban alrededor del abdomen intentando de manera absurda retenerle para siempre. Luego, cuando él despertaba le apretaba las mejillas y mientras sonreía, le daba un cachete en el culo, recorría las caderas generosas y tecleaba en las costillas alguna pieza inventada de Franz Liszt. Ella entonces carcajeaba y se intentaba escabullir, pero sólo conseguía pegarse más. Al instante se sentía resbalar desde su entre pierna y se fundían en un sencillo beso y una penetración inevitable. Así se quedaban, mirándose sin parpadear. Notaban los latidos de sus corazones desde dentro y se acariciaban las heridas desde fuera. Sabían que cualquier mirada esconde muchas cosas, pero aquellas, además tenían la energía para convertirlos en cenizas.

Wednesday