No todo sucede como queremos. Lo normal es que no se acerque si quiera, pero siempre anhelamos que se cumplan nuestros deseos, de una manera o de otra, nos acerquemos al umbral de esas necesidades y podamos atravesar la puerta para una vez dentro, decidir si nos quedamos allí quietos, avanzamos hasta el centro, o mejor nos escondemos en una esquina esperando que alguien venga a rescatarnos. No siempre las cosas suceden como queremos.

Apoyado en la pared con la mirada perdida en ese galimatías en los que se sumergía para dejar pasar el tiempo sin mucha preocupación, esperaba su llegada. Siempre puntual, algo que él llevaba a rajatabla, sorteaba la indiferencia con la que los segundos pasaban y se iban escapando de aquel encuentro. No era propio de ella, sin embargo, por esa misma razón, alargo aquellos instantes hasta que el silencio se apoderó de la realidad. Si llegaba, llegaba tarde. Cerró la puerta y el seco golpe se perdió tras él. Había algo de preocupación en su caminar pero aún así, no pretendía cambiar su forma de ser. Bajó las escaleras y se perdió por la calle, subiéndose el cuello del abrigo para resguardarse del gélido ambiente invernal.

Lo imposible sucedía, lo rocambolesco se acentuaba y ella sollozaba por tantos motivos que era incapaz de articular palabra, sujetar su teléfono que no se encendía y con los billetes de avión en la mano cuando la puerta de embarque ya había cerrado. Después de unos minutos angustiosos corrió al mostrador de la aerolínea para cambiar el vuelo. Completo. El aire se escapaba del lugar y ella intentaba con las manos agarrar aunque solo fuese un poco para poder reaccionar. Toda su memoria, todo él estaba entre sus manos, apagado, sin posibilidad de contacto. El llanto era tan grande que era infinitamente más doloroso que sus manos golpeando sus nalgas, que su vara lacerando sus pechos, que los orgasmos prolongados en aquellas inmovilizaciones tan aterradoras como maravillosas. El maquillaje se diluía entre las lágrimas, lágrimas que eran de un dolor descorazonador.

No estaba enfadado, quizá preocupado pero siempre sabía que todo sucede por alguna razón, y la mayor parte de las veces aventurar algo suponía no atender a esas razones. No especulaba, solo esperaba, como siempre lo hacía. Las decisiones no se toman en caliente aunque hiciese mucho frío, así que decidió esperar sentado mientras tomaba una taza de café, aquellas razones para poder tomar decisiones acertadas. Quizá en ese momento podría enfadarse pero eso era algo difícil de ver. Casi nunca lo hacía.

Una hora tardó en reaccionar, cuando el aire empezó a entrar a borbotones es sus pulmones, las lágrimas se secaron y el temblor de sus manos desapareció. Fue entonces cuando sintió su presencia incluso a cientos de kilómetros de distancia. Recordaba momentos, palabras, emociones, roces, todos ellos trasmitían calma. Esa mezcla adorable de relajación y violencia que le hacía tan especial, tan fácil de entender y al mismo tiempo tan lejano y distante. Fuego y hielo, acero y cuerdas, cuero y seda. Respiró profundamente y pensó que le diría él en esos momentos, se incorporó y volvió a casa. Era lo más lógico, se dijo.

Cuando el teléfono sonó, al otro lado la voz temblaba, temerosa, avergonzada, intentando enlazar alguna que otra palabra inconexa. Entonces el sólo dijo calla. El silencio se hizo en la comunicación. A un lado ella esperó la violencia verbal, el insulto incluso y aguantó entre los labios de nuevo el llanto. Cerró los ojos y se preparó para aguantar el chaparrón. No apareciste, dijo en un susurro. Mi Señor… comenzó a decir balbuceando, pero rápidamente cortó sus excusas. Ella calló de nuevo, la distancia no existía, era como si ambos estuviesen uno frente al otro. Sin darse cuenta se arrodilló, y eso mitigó la pena ligeramente. Fue cuando su voz sonó más rotunda que nunca.

Deberías darme explicaciones, deberías. Pero no no es necesario. Llevas mucho tiempo demostrándome lo que eres y desde el principio supe lo que serías. Podría exigirte esa explicación, pero sé que a veces las cosas se complican. Todos somos complicados de una manera o de otra y esas complicaciones nos rodean, nos persiguen y en ocasiones son imposibles de desentramar. Sécate las lágrimas, sonríe. Yo sigo estando aquí. Yo siempre estoy aquí.

Colgó y se quedó absorta mirando la pantalla iluminada, dándose cuenta de que su sofoco solo lo había causado ella y deseando, mientras sonreía, que las próximas lágrimas, que la próxima vez que el aire no llegase a sus pulmones fuese porque sus manos aferran el cuello y aprietan tan fuerte que esto solo se quedaría en un recuerdo. Una carcajada sutil salió de sus labios.