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Fumaba con nerviosismo, la nicotina estaba haciendo estragos en nuestro entorno mientras intentaba atisbar alguna sonrisa furtiva que escapaba de su boca. A veces las apariencias no engañan o quizá sí, no importaba en ese momento. Su imagen era tal y como la había imaginado, sus ojos infantiles entregados, su cuerpo frágil perfecto, su boca era un pozo de deseo con fondo infinito jalonado de unos dientes agresivos y sutiles. Todo ello me dejaba contemplar, su coraza hermosa, su pelo sobre la cara, emulando un biombo en el que esconder la desnudez de su alma. Pero era tras la cortina de humo cuando veía en sus ojos el deseo de la entrega, en sus gestos, sus manos delicadas moviéndose en tics sin control y su voz fina agujereando el aire y llegando a mis oídos. Las horas se evaporaron sumergidos en la densa niebla del tabaco rubio y empapadas en ginebras, tequilas y cafés.

Cuando nos quisimos dar cuenta, su piel enrojecida decoraba mis manos, los gritos y gemidos componían una sinfonía perfecta, que se acrecentaba cuando las cuerdas se deslizaban decorando una imagen hermosa. Su boca salivaba y mi lengua acompañaba ese reguero repartiéndolo por su rostro. Mis dientes se clavaban en su cuello mientras mis manos traducían en baile sus entrañas líquidas. El estremecimiento de sus orgasmos se mezclaba perfectamente con el dolor y en algunos lugares impropios la sangre manaba, roja intensa para mezclarse con su flujo. Manchamos las sábanas, manchamos el alma, manchamos el aire viciado de dolor y sentimiento y la rendición nunca llegó porque su entrega se hizo por placer, por deseo y por vergüenza. Esa que casi siempre te deja atónito e inmóvil, pero que esta vez se convirtió en puro arte.

El humo volvió, en el descanso de sus pezones doloridos y hermosos, en sus caderas estrechas y sus piernas frágiles que soportaban con orgullo lo que era y lo que sentía. Me sonrió y yo solo pude besar.Las palabras que siempre nacen del instinto, esta vez prefirieron quedarse apartadas para poder sentir lo esponjoso de sus labios y la dureza de sus dientes. Había descubierto sus sumisión y ella me la había entregado.

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