“El amor no mueve al ser humano, es la curiosidad quién lo hace”

Todo lo que había en aquella habitación estaba abierto y al mismo tiempo cerrado. Tras aquella puerta podía percibir a través de la cerradura un mundo misterioso y oscuro, pero que no se atrevía a traspasar. Los cajones, llenos de cerraduras sin echar, cajas antiguas de madera con candados abiertos, su bolsa, su cartera, sus botas, cartas manuscritas en sus sobres. Cada día era igual, y cada día el deseo de descubrir le llevaba a entrar es aquel mausoleo de la necesidad mientras el disfrutaba de la ducha. Olisqueaba y acariciaba intentando percibir algo a través del olfato y la piel, sus nervios a flor de vida intentaban pinzar alguna emoción escondida pero el resultado diario era nada.

Cuando él salía empapado le sonreía y aparentemente no sospechaba sus incursiones hasta ahora inocentes. Entonces disfrutaba viendo como se vestía y esperaba a que él con un simple gesto le invitase a aquella fiesta para poder arrodillarse y observar sus manos, acariciarlas y finalmente besarlas. No había nada que le hiciese sentirse más sometida que aquel sencillo gesto. Luego le acercaba las botas y le ataba los cordones imaginando que sentiría él cuando ataba su cuerpo para su disfrute. En esos momentos comprendía perfectamente sus necesidades y él compartía ese instante con ella.

En su ausencia volvía una y otra vez a la habitación y algo siempre le frenaba aunque sus manos y el resto de sus sentidos buscaban indicios de que había allí escondido. Reunió valor y fortaleza y decidió sacar la hoja plegada con destreza de uno de los sobres. Comenzó a leer.

“El amor no mueve al ser humano, es la curiosidad quién lo hace. Sylvie, la necesidad de saber lo más misterioso e íntimo de los demás, es el alimento de nuestra sociedad occidental. No hay nada que descubrir a no ser que quieras hacerlo. Siempre existen dos caminos, el recto, el de la duda y la pregunta y el torticero, el de la duda que te hace espiar. En ambos se descubre. En el primero prima la confianza y la creencia de que la respuesta es la verdadera, en la segunda se antepone tu propio misterio a la misma realidad. Todos son válidos, pero el segundo no es para mí. Ahora que has leído esto, puedes abrir la puerta que tanto temes abrir. Haz lo que debas.”

Abrió la puerta, asustada y encendió la luz. En el suelo un cuenco con agua, unos grilletes para los tobillos y otro para las muñecas. Se arrodilló, se cerró primero los tobillos y luego las muñecas. El agua estaba a la distancia exacta y fresca.

Cuando él llegó se tocó la barba y dijo algo que no entendió. Se acercó, se arrodilló y le dio un beso en la mejilla. Después le dio las buenas noches y cerró la puerta. El mundo pequeño de aquel cuarto pudo más que el inmenso mundo que él le ofrecía, al menos durante esa noche.

Wednesday