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La vergüenza nos hace dejar de hacer y de sentir. Al menos externamente. Tan diferentes en tantas cosas, tan irremediablemente condenados a estar alejados que cuando estaban cerca, ella le suplicaba que no mirase, que no escupiese de manera abrumadora ese deseo que no comprendía aunque sin saberlo lo deseaba. Seguramente no como él, seguramente no con la misma intensidad. Entre tanta palabra superflua a veces ella escuchaba o quería entender un mensaje que le arrancase la vida, pero guardaba silencio. No sabía gestionar aquello. A fin de cuentas, no tenía por qué hacerlo. Él lo controlaba todo, incluso los sentimientos que en torrente dejaba frente a ella para que aunque lo negase, se sorprendiera.

Ella sentía sus latidos, fuertes, palabras increíbles que sonaban convincentes y locas y le decía entre susurros, confía en mí porque te llevaré a lo más alto. Déjame hacerte ver este sentimiento y este deseo que quema, déjame moldearlo para que no lo sientas peligroso y cuando lo desees puedas abrazarte a él mientras yo aprieto tu carne. Todo estará bien cuando desees que lo esté. Vístete para mí aunque esté ausente, baila para mí aunque pueda parecer ciego. Observa mis manos porque en ellas está todo lo que soy y todo lo que te daré. Baila para mí siempre y te dejaré entender el demonio en el que me convierto cuando pienso en ti.

De repente, todo cobró cierto sentido, las emociones contenidas algunas, otras ni siquiera conocidas, afloraban ante los susurros melodiosos, ante la música sensual que erizaba la piel y moldeaba un sentimiento mutuo al que jamás habría puesto nombre. Acercarse implicaba un cambio, cambio natural no impostado y él lo hacía a cada segundo. Así se lo hacía ver, arriesgando el amor y la violencia, el deseo de subyugación por el de la elevación. Ella escuchaba, se dejaba seducir por palabras y olores y sin darse cuenta, con todo ello comenzó a construir algo a lo que poder aferrarse y quizá con el tiempo darle nombre. Algún día sonreiría cuando le mirase sin que ella se sintiese cohibida o avergonzada y pudiese disfrutar de ese mundo extraño y excitante, asombroso y temible que atesoraba en sus manos. Él era paciente y aguantaría, lo veía en sus ojos y en su sonrisa, pero ella, quizá la vergüenza o la temible distancia no.

Y escuchaba una y otra vez la canción y le olía, y le sentía, y le recordaba, y le añoraba mientras él simplemente esperaba.

 

Wednesday

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