Dentro de su cabeza.

No hacía falta que estuviera delante. Cerraba los ojos y dejaba que la música fuese poco a poco eliminando el resto del día, o vistiendo las horas que pasaría recordando cada uno de los movimientos. No sabía bailar. A él eso no le importaba cuando dejaba la mirada balancearse en los movimientos del pelo sobre los hombros. Ella notaba como se bajaba de los zapatos en cada golpe y la voz sostenía su cuerpo hasta dejarlo deslizarse hasta el suelo. La blusa pesaba tanto como cada uno de los botones que se escurrían entre los ojales para que dejar que las cicatrices respirasen. Eran las carreteras que le llevaban al infierno y aquella música el descapotable que transportaba los deseos. Era sencillo, tanto que tardó casi una vida en darse cuenta de ello.

A veces, cuando sentía su presencia dentro de su cabeza lloraba sin motivo. Era cuando mejor bailaba sin saber, cuando el cuerpo se asociaba con el ritmo y se mecía como una embarcación sobre el mar calmado. Se sentía única. Se extrañaba mucho cuando le decía que era una batalla sinfónica lo que cada día le deparaba, quizá porque no lo entendía tan claramente como él le demostraba. Dentro de su cabeza alcanzaba rincones que ni ella hubiese atisbado, aunque siempre le decía entre risas que no hacía nada para que lo hubiese descubierto. Como cada canción, no enseñaba nada nuevo, pero te hacía descubrir sentimientos que no recordabas o nunca habías tenido.

Semi desnuda ya notaba el calor de la ausencia y sin abrir los ojos descubría que sonreía para ella. Cuando más sonreía, más feliz le hacía. Siempre sencillo, como la música compleja. La sensación de pertenencia se acentuaba allí dentro, donde los ojos no podían ver, pero el resto de los sentidos explotaban de estímulos. Luego notaba las manos en su imaginación, arrancando la poca ropa que le quedaba cuando la música estaba en el clímax y la percusión se hacía en la piel y en la carne temblorosa. Deseaba abrir los ojos y verle allí, seguro sonriendo, apoyado en algún lugar, asombrado por las marcas que poco a poco había forjado en su cuerpo, en las curvas por las que se perdía buscando cunetas donde poder arrastrarla una y otra vez.

Exhausta al arrodillarse entre temblores y espasmos con las manos empapadas y las bragas a un lado volvía a poner la música porque dentro de su cabeza todo sonaba mucho mejor.